Pedro Antonio Cruz Foto: Poe/

La búsqueda por el matrimonio igualitario, cómo se le conoce al matrimonio entre personas del mismo sexo, ha alcanzado la legalidad en 14 países; Países Bajos, Bélgica, España, Canadá, Sudáfrica, Noruega, Suecia, Portugal, Islandia, Argentina, Dinamarca, Uruguay, Nueva Zelanda y Francia son los países donde se ha vuelto una opción para los que buscan casarse del sexo que sea.

En nuestro país sigue teniendo sus complejidades, el caso de las tres parejas homosexuales que se ampararon en Oaxaca y su resolución, parecen un hecho aislado que ha sentado un precedente en las leyes mexicanas, pero que trae consigo una discusión no sólo hacia afuera del ambiente gay, sino dentro del mismo. La idea de casarse, otrora forma anquilosada de representar la unión de intereses económicos, para poder procrear o para dominar a la mujer, pasó a significar en nuestros días “un derecho igualitario” dejando ver que el free love había pasado a la historia.

Cuando en los 70s del siglo XX apareció el concepto de free love, en español se entendió como la unión libre, muchas buenas almas pensaron que era el fin del mundo, al menos eso decía mi madre; el movimiento feminista parecía que era la antesala del fin de la dichosa institución llamada matrimonio, el feminismo se volvió una forma política -sobretodo, en algunas mujeres con educación universitaria- para liberarse del destino de ser esposas y madres. Ciertamente si hubo disminución en la tasa de uniones legales en varias partes del mundo, y además, el divorcio dejo de ser un estigma para pasar a ser una forma más de resolver las diferencias de las parejas urbanas.

Fue también en la década de los 70, con el movimiento de Stonewell en la ciudad de Nueva York, que se visualizó otras formas de entender las relaciones de pareja: la homosexualidad, la cual ya existía desde los confines de la Historia de la humanidad, pero el conservadurismo del siglo XIX la desapareció al menos discursivamente. Justo a finales de esa década, la American Psychological Association (APA), principal institución a nivel internacional que dictamina que es enfermedad mental y que no lo es, sacó de su catálogo de enfermedades las prácticas homosexuales. Judith Butler predijo que el feminismo y los movimientos pro- homosexualidad darían pauta a nuevas formas de entender las relaciones de pareja, reales alternativas al denominado hetero-patrón, es decir, que la forma tradicional de entender la pareja obligatoriamente heterosexual y en matrimonio bendecido por alguna iglesia, se terminaba. Pareció por un tiempo que sí.

En esos tiempos el idílico mundo de la “unión libre” parecía elevarse de categoría a las relaciones múltiples, al menos para los open mind. Pero como todo lo que es nombrado en inglés se puede volver slogan publicitario, los homosexuales, más que las feministas, se volvieron un segmento de consumo, y es claro porque: los hombres aún siendo homosexuales tienen a su servicio el sistema político androcéntrico, a diferencia de las mujeres feministas o lesbianas que iban justo en contra de eso.

Así, el consumo empezó primero en los cines XXX, los baños y vapores que se volvieron negocio del refugio homosexual, luego el turismo a lugares exóticos donde pudiesen ser; con el VIH apareció la industria los condones y los lubricantes, luego aparecieron las sex shop y las “pelis” de temática “guei” y más tarde la ropa para cualquier gusto; en EEUU las grandes ciudades abrieron discotecas, bares, restaurantes, situación que se copió en muchas ciudades del mundo, en nuestro país la Ciudad de México, Guadalajara, Puebla y algunos destinos turísticos como Puerto Vallarta.

Para la década de los 80 los cantantes de moda eran andróginos, con voces suaves en inglés al principio, luego en otros idiomas que inundaron con el canto “queer” las radios y los programas musicales de la TV. Es así, que lo que Judith Butler predijo que sería una revolución de las relaciones humanas y de la construcción del ser, cayó en un trepidante nuevo modelo de consumo: el estereotipo gay norteamericano. Hace meses platicaba con Arturo Castelán, director del Festival Mix de cine y video en la Ciudad de México, y definía que uno de los estereotipos más globalizados del mundo eran el gay, y que muchos de los hombres homosexuales sin mayor tapujo ni problema siguen tal estereotipo ya sea en Paris, Rio de Janeiro, Tokio o en algún pueblecito donde haya señal de televisión.

Y con esta visualización y con este empoderamiento los gays también se volvieron “gente de bien en los países progres”, gente que paga impuestos y que no hace gastar al Estado pues, a diferencia de los heterosexuales, no tendían a tener hijos o casarse. Situación que también han aprovechado muchas empresas, pues por cuestiones de rendimiento prefieren a trabajadores abiertamente gays que le dedicarán más tiempo a ser productivos (algunos bancos mexicanos lo hacen), ya que quieren empoderarse económicamente para vivir su vida gay.

Así, se esperaba que la mayoría de las personas “gueis” disfrutaran de su vida entre la disco, comprando ropa, yendo a conciertos de moda, y eternamente solteros buscando sexo casual, y fue ahí donde la moda del free love y las relaciones abiertas dejaron de tener sentido para algunos hombres y mujeres homosexuales. Estos nuevos hombres y mujeres homosexuales tendieron a ser “menos gueis” y mas ciudadanos del mundo normativo, empezaron a pedir la reconstrucción de las reglamentaciones institucionales, tanto sociales como políticas para reclamar sus derechos civiles y así casarse (y que su pareja reciba servicios médicos o pensiones) o poder tener hijos.

Esta nueva situación, expone que la “apertura” sólo era parte de la moda para tener nuevos consumidores, pero no para reconocerlos políticamente como ciudadanos. La demanda del matrimonio entre personas del mismo sexo pone en entredicho a las más afamadas democracias; EEUU, Francia, Reino Unido, Alemania entre otros siguen discutiendo si el matrimonio igualitario es o no necesario.

Nuestro país es otra cosa, entre que las autoridades frecuentemente funcionan con los parámetros consuetudinarios y que la mayoría de los ciudadanos comunes prefieren seguir el discurso de moda con prácticas costumbristas, la búsqueda del matrimonio igualitario trae consigo una discusión que tendremos que enfrentar ya: los usos y costumbres nuestros, en muchos casos no sólo no fomentan los derechos humanos, sino que están en contra y eso tendremos que cambiarlo, no por moda, sino por un estar aquí con respeto y con dignidad.

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