Abraham Rasgado/

 Conquistas de largo aliento

Siempre leemos la historia como si estuviera ya muerta, hecha, acabada, culminada o derrotada. Como una colección de datos: nombres, fechas, lugares. Todo aislado, aunque clasificado y archivado. O amontonado. Como si ella dijera “mírame, estoy aquí, inmóvil, esperando a que me memorices”. Pensamos que todo tiene una temporalidad bien definida, del tipo de “la conquista de Tehuantepec comenzó un 1 de enero de 1520 y culminará un 32 de diciembre de mil novecientos nunca”. La Conquista —política, espiritual, económica, cultural— que todos recitamos para darnos aires de erudición histórica, no terminó hace siglos: la realidad siempre es motivo y pretexto para someter a los otros, una invasión cotidiana de la alteridad. En nuestro pueblo, creemos que la conquista espiritual terminó cuando la Iglesia se apropió de nuestras fiestas “paganas”. Lo sigue haciendo. Déjenme insistir: la Fiesta Titular es una celebración que se dedica al pueblo, no al santo o a la virgen o demás deidades. Es una celebración de la alegría de ser-barrio. Pero eso se olvida, y nadie, ni la Iglesia, tienen la más mínima intención de recordarlo.

¿A quién le va la historia?

Es una pregunta con aires futboleros, pero es un asunto más grave que esa trivialidad. Cada pueblo construye un discurso histórico y ¡ah de aquél que no se preocupe por ello! La historia, la cultura, no están desligadas de nuestra cotidianidad, de nuestra más lacerante realidad de hoy (recordemos que la historia también es presente y futuro). La historia que se ha escrito en Tehuantepec (poca y deficiente) ¿nos ha enseñado algo o nos ha hecho creer que todo seguirá el mismo camino? ¿Qué historiadores hay en Tehuantepec? ¿Al servicio de qué, de quién? Un pensador judío lo señalaba en una de sus tesis sobre la historia. Su nombre era Walter Benjamin y su tesis V en su parte final nos decía que “El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo le es dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer”. ¿A quién le va la historia en Tehuantepec? ¿Para quién han escrito sus libros los historiadores en Tehuantepec? ¿Han encendido “la chispa de la esperanza” o se han sometido e institucionalidad le llaman? “El enemigo no ha cesado de vencer”.

Bueno y malo

Siempre ha sido un dilema ético-moral discernir cuándo algo es bueno o cuándo es malo. Enseguida entran los bribonzuelos con sus embustes de las relativizaciones: “lo que es bueno para Fulano, puede que sea malo para Perengano”. Ese relativismo moral sólo ha servido para embaucar: “tú te mueres de hambre y yo te respeto; yo vivo de puta madre y tú me respetas. Si no, un tiro”, dicen los que hoy tienen la sartén por el mango. El sofisma se trasluce por sí solo. Ya Nietzsche nos alertaba sobre estos ardides. El gran filólogo de Basilea descubría que los que acusan a los malos de ser malos, son los que deciden qué es bueno y qué no lo es. Y lo hizo a través de la etimología: “en todas partes, «noble», «aristocrático» (…) es el concepto básico a partir del cual se desarrolló luego, por necesidad, «bueno» (…) un desarrollo que marcha siempre paralelo a aquel otro que hace que «vulgar», «plebeyo», «bajo», acaben por pasar al concepto «malo»”. Los que tienen el poder y el dinero son los que definieron que lo que se parezca y actúe como ellos, es bueno (y hoy seguimos padeciendo a sus herederos); lo que se parezca a las masas empobrecidas, ennegrecidas, debe sucumbir bajo el signo de la maldad. Y para no dejar tan a la vista su estafa, inventaron el relativismo ético. ¿Cómo prescindir de eso? ¿Cómo deshacernos del relativismo tramposo? Debe haber un referente. Nos enseña el filósofo Enrique Dussel: esa mojonera moral es la vida (no pro-vida ni esas vaciladas). La reproducción, desarrollo y consumación de la vida en plenas condiciones. Lo que favorezca esto, debe ser ético, lo que no, será anti-ético. Por algo se empieza.

Libertad bajo palabra

Se cuenta mucho sobre una reflexión que hiciera René Descartes en su Discurso del método sobre la razón, cuando asienta: “No hay nada repartido de modo más equitativo que la razón: todo el mundo está convencido de tener suficiente”. Creemos los seres humanos en su totalidad (o casi) que tenemos y hacemos buen uso del raciocinio, aunque eso es muy dudoso. Lo mismo pasa con la libertad: todos creemos ser libres dentro de nuestras jaulas, en nuestro pequeño espacio que hemos conquistado a fuerza de sometimiento (el trabajo, la escuela, las deudas, la salud, las cosas, la infelicidad). Y olvidamos (pretendemos olvidar) que la libertad se debe tomar en serio. Lo resume muy bien el filósofo español Reyes Mate al decir: “Cuando se le llena la boca al hombre moderno de libertad pero no se compromete con ninguna verdad; cuando canjea el sentido crítico de la libertad por carencia de convicciones; cuando la superioridad de la libertad no se traduce en creación de valores espirituales, entonces se cuela la estafa en el santuario del espíritu y se esfuma la autenticidad”. No tendríamos mucho que acotar, pero es necesario subrayar: no somos libres sólo porque lo enunciemos en miles de discursos y pláticas; aunque el lenguaje es capaz de crear muchos mundos posibles, aún no ha podido cambiar el mundo bajo su solo influjo. ¡Cuántas estafas hay y se seguirán cometiendo en Tehuantepec en nombre de la cultura, el “progreso” y el pueblo! Libertad, sí, aunque provoque un caos originario.

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