Rodrigo Islas Brito

El Contador (EUA, 2016) es uno de esos cruces de géneros cinematográficos que nunca debieron de haber cruzado nada. Ben Affleck  encuentra a su cara de palo el que pudiera ser el papel idóneo para su expresividad de pergamino.

El de un Rambo autista que lo mismo realiza autopsias financieras a empresas enormes e impunes, que mata de siete diferentes maneras a tipos malos que no sabían que Rain Man podía ser más maldito que Chuck Norris.

El interesante pero siempre desigual Gavin O’Connor (Warrior, Código de familia) es el orquestador de este pastiche del imposible. Donde lo mismo almacena referencias varias que van desde las enseñanzas a tortazo limpio del primer Karate Kid, pasando por los broncones familiares tipo Kramer contra Kramer, hasta el restaurante traslucido de club social del crimen de Los Soprano.

La cinta que podría abrevar efectividad después de todos esos brebajes solo agarra el sin carril, enredándose en una cadena del aburrimiento donde las cosas que en un principio parecían emocionantes al poco rato comienzan a parecer charadas.

Con un ritmo artrítico  y un guión flojonazo donde todos los misterios de la  trama son revelados por una confesión-explicación-contrición inútil del poli pelonchas interpretado por  JK Simmons, quien no aparece durante las tres cuartas partes del filme, pero que  al final se convierte en la única apuesta de progresión narrativa del guión de Bill Dubuke.

Con detalles increíblemente estúpidos y gratuitos como ese casi final en el que el misterio de uno de los personajes es revelado por otro personaje que casualmente pasaba por ahí, que casualmente tenía toda la información para revelarlo todo, y que nada casualmente deja claro que si de escribir un guión decente se trata, en Hollywood cada vez más se están lavando las manos al respecto.

Este Contador tiene muy buenas escenas de acción pero los cadáveres amontonados no bastan para emocionar un cadáver. Los balazos, cuchilladas y fracturas de coxis  nunca trascienden su brutalidad de anaquel y el semi contemplativo tono que O’Connor escoge para el filme termina por evidenciar que lo que nunca hubo fue una historia.

El Contador no cuenta nada, solo confunde los números con cuentas que no salen. Con un licuado de géneros que no se logran, con casi dos horas cueteras en las que al final nada toma sentido , no más sentido del que lleva a dormirse o salirse de una sala de cine.

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