Elisa Ruiz Hernández

OAXACA, Oax.  El Diablo de los Libros se aparece en la colonia Arboledas los sábados después de las cinco de la tarde. Es la hora en la que los niños  y las niñas no encuentran mucho qué hacer en una colonia que no cuenta con parque, cancha, escuela y mucho menos con espacios para su diversión.

Es la hora en la que Manuel toma el altavoz y empieza a recorrer calles y callejones gritando: “Se invita a todos los niños y niñas para que vengan al Diablo de los libros; ya llegó el Diablo de los libros”.

De las humildes casas asoman los  rostros de niños y niñas, empiezan a abrirse algunas puertas y salen descalzos, adolescentes en shorts, madres que conducen a sus  hijas o hijos hasta donde se encuentra ya dispuesta una mesa, varios bancos de plástico y, todo pintado de rojo,  es El Diablo de los Libros.

El sábado pasado le tocó instalarse en una calle angosta que lleva por nombre Libertad. El Diablo es un diablito como el que utilizan los cargadores del mercado de abasto para transportar las mercancías, pero fue acondicionado con entrepaños de madera a fin de dar forma a un librero ambulante que cada sábado se aparece en una calle distinta en la colonia.

Fundada en los años 70 por un grupo de “paracaidistas” sobre los antiguos terrenos de lo que alguna vez albergó un zoológico, la colonia Arboledas se encuentra junto a la Centra de Abasto, entre el periférico y las riberas del río Atoyac. Está poblada por familias de obreros, vendedoras y vendedores ambulantes, locatarias. Ahí también vive Manuel Valdez, artista plástico.

El promotor de El Diablo de los Libros, Saúl López Velarde, es un artista contemporáneo dedicado al teatro y al performance, pero sobre todo, dice, al performance social.

“Ésta es una creación, estamos creando un espacio, una atmósfera, un escenario, junto con los niños y sus padres; esto es un trabajo performativo; todos estamos interviniendo la colonia, sus calles, sus paredes”,  afirma.

Es cierto. Su experiencia artística le llevó a encontrar una forma de comunicación efectiva que logra el acercamiento de los pequeños a la pequeña biblioteca itinerante que lleva dos años funcionando con libros donados por la Fundación Alfredo Harp y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

“Ándale carnal, chécate este libro, está padrísimo. Chido, escoge el que te guste. ¿Ya viste este de Tú te crees un león?”. Y él mismo les empieza a leer algo.

Después de media hora de tocar, hojear, leer algunos libros, Manuel, el del megáfono, saca las pinturas, los pinceles, y empieza a repartir rodetes con varios colores para dar inicio al “grafitti” del día.

En el muro de alguna casa, previa autorización del propietario, los lectores, varios de ellos que por cierto no saben leer porque aún no van a la escuela, experimentan con la pintura. “Hoy vamos a pintar bicicletas, ¿qué les parece?”, propone Manuel.

Afanosos se esmeran en logar la bicicleta más original. Una bicicleta con llantas en formas de corazón, otra con llantas con rayos del sol, y otras tan bien logradas que da la impresión de que las hizo un profesional.

Así hasta que va cayendo la noche. Termina la tarde y las actividades cuando los propios niños lavan sus rodetes y se retiran a sus casas con el rostro apacible.

Saúl y Manuel levantan el taller de pintura ambulante y El Diablo de los Libros se retira a descansar en un domicilio cercano, hasta este próximo sábado, cuando volverá a transformar en un paraíso alguna colonia.

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