Vladimir Méndez/

El Tri, la añeja banda que tiene su herencia en el 68 y en Avándaro, tomó el Guelaguetza y espoleó a la banda oaxaqueña para inaugurar las fiestas de mayo, intituladas este 2013 “Jóvenes en el arte”. Así que jóvenes y no tan jóvenes —gente de 60 y de no más de 5 años—, subieron a golpe de pulmón al auditorio, conjuraron a gritos la lluvia y la probable huida de Alex Lora y al unísono cantaron las de siempre, las de ahora y las de antaño. Nadie decepcionó a nadie.

La banda auténtica se comportó a la altura: como se les había relegado a las secciones C y D del auditorio, jóvenes —mujeres y hombres con atuendo negro— dieron el necesario portazo, se saltaron las vallas, se enfrentaron a los tiras disfrazados de civiles (es un decir, porque se les reconoce a varios kilómetros a la redonda) y como marea negra bajo el aguacero invadieron la sección A del Guelaguetza, ocupada por gente que ni al caso, como el chavo “fresa” que pedía, que exigía que todo mundo se sentara para “poder ver el concierto”. Pero no, un concierto del Tri no se ve: se baila, se grita, se fuma.

Y es que ni bien Alex Lora daba los primeros rasgueos a su guitarra y saludaba a la “banda mariguana de Oaxaca”, ésta sacaba la bacha y sanamente convivía con las señoras de sesenta años que habían asistido al concierto para cantar, codo con codo, con familias roqueras compuestas de mamá y papá rockers con hijita e hijito en vías de aprenderlo todo.
—Aquí vienes a gritar. A la escuela vas a estudiar, a portarte bien. Aquí vienes a echar desmadre. Así que si quieres gritar, grita —dice el padre, y el hijo obedece y suelta un “culeeero”, al unísono con el respetable.

Más allá una joven madre pone a su crío de pie, sobre las gradas, y empieza a bailarle una danza iniciática mientras Lora canta: “Cuando era niño mi jefa me dijo/ quiero sentirme orgullosa de mijo…”. Y así, extasiada en cuerpo y alma, instruye al chavito de unos 5 años, a lo mucho: “…mi mente dijo que no/ mi cuerpo dijo que no/ mi sangre dijo que no/ y aquí me tienes en el rocanrol”. Señala el aquí y el ahora con fuerza, con orgullo.

Alex Lora canta en terreno fértil: se va sobre Gordillo, sobre el gobierno, sobre Bergoglio. Hace apología del mezcal y la mariguana. Mienta madres, se pendejea con el público —así, cariñosamente—, lo putea, carga contra “los gringos”, agita la bandera mexicana, un conchero slamea, menciona a la Guadalupe y bendice a la concurrencia: el Tri en pleno.

La banda corea la del metro Balderas, se pone cursi con una triste canción de amor —lara lara lara lara lara…— y llega a la apoteosis con la de la terminal del ADO.

Y a nadie le importa su patrioterismo, su homofobia, su misoginia, su guadalupanismo, sus ademanes semipornográficos: hombres y mujeres de todas las edades, progres, anarquistas y demás filias y fobias lo único que quieren es soltarse el pelo y “echar desmadre como en la secundaria”. Y cantan las de siempre, las de antaño —que también son las de ahora—, y lo logran. Nadie decepciona a nadie.
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