Rodrigo Islas Brito

Si alguien merece el adjetivo de virtuoso es John Vincent Hurt. Pero fue su prudencia lo que hizo a este, el hijo de un clérigo anglicano y una matemática actriz ocasional, nacido el 22 de enero en 1940 en Shirebrook, un pequeño pueblo minero cercano a Chesterfield, Inglaterra, uno de los más grandes actores de la historia del cine.

“Optimista” es como se declaraba hace casi dos años respecto al cáncer de páncreas que le habían detectado. “Me concentraré de lleno en mis compromisos profesionales”, había dicho en un comunicado el histrión que hizo de la discreción su estilo y de la genialidad su sello. Hoy ha muerto a los 77 años.

Hurt fue el actor del dolor, de la incredulidad ante un mundo ciego. Su trayectoria de 55 años empieza a descollar con un pequeño y a la vez trascendente papel en El Hombre de los dos reinos (RU, 1966. Fred Zinnneman) la fastuosa parábola ganadora de Oscars sobre el enfrentamiento de fe de Tomas Moro contra la tiranía y lujuria del cien veces “peliculizado” Enrique VIII.

Pero fue su papel del desafortunado Timothy Evans en El estrangulador de Rillington Place (RU, 1971. Richard Fleischer) el que empezó a dar cuenta de la calidad de sus alcances. Aquí el menor de tres hijos interpreta al inquilino y propicio chivo expiatorio del serial killer de la vida real John Reginald Christie (un potente  Richard Attenborough) el viejo casado, calvo  y respetable que en su casona de postguerra llegó a enterrar en patio y paredes a más de diez mujeres a las que el mismo estranguló.

Como Evans, quien fue culpado de uno de los crímenes que a la larga se descubrieron autoría del Estrangulador y colgado en consecuencia, Hurt demuestra ya su facilidad para en unas cuantas miradas, en unos mínimos  movimientos, dejar descargar toda la aflicción y resignación del planeta. Como aquella secuencia en la que el inocentón  Evans es conducido a la horca como si de un trámite para tomar el té se tratara, en una injusticia tan grande que significó el final de la pena de muerte en Inglaterra.

En 1978 llegan dos enormes interpretaciones para el cada vez más asentado Hurt. Expreso de medianoche, el recuento del infierno de Dante vía una prisión turca. Dirigido por Alan Parker y escrito por Oliver Stone, donde da vida a Max, el solidario y sacrificado Virgilio que ha de guiar a Billy Hayes (Brad Davis) en su viaje hacia los encarnados ojos del abismo.

Y El grito, del dubitativo y malogrado cineasta polaco Jerzy Skolimowsky. Un exquisito y extraño thriller psicológico, donde Hurt nuevamente la vuelve a rolar de víctima propicia, ahora de un profesor demente y cachondón (incandescente Alan Bates) quien mediante un grito mortal que les copió a unos aborígenes polinesios planea volverlo loco y además bajarle a su esposa.

En 1979 llega la estampa cinematográfica más conocida de Hurt en la cultura popular, la del científico Kane retorciéndose sobre una mesa espacial con un depredador diminuto y cabezón partiéndole las entrañas desde adentro  en Alien, el octavo pasajero (EUA, Ridley Scott). El punto de partida de uno los monstruos cinematográficos más venerados de la historia, del que Hurt tuvo el honor de ser su primera incubadora. Situación de la que el mismo actor se burlaría años después en la sátira galáctica de Mel Brooks, Spaceballs (1987)  donde el  volver a ser atacado por un dolor estomacal extremo en plena cena, lo lleva a considerar que lo que debería de empezar a hacer es dejar de cenar tan pesado.

John Merrick llega en 1980, su interpretación de El Hombre elefante (EUA) de la mano del cuasidebutante David Lynch,  es una de las más generosas y de mayor octanaje dramático y existencial de la historia del cine. El observar como Hurt se acopla a los kilos y kilos de maquillaje con toda la humanidad y aflicción del mundo es de una piedad que cura.

Aún en la sordidez de su  historia, en su crueldad de retrato de vida de un monstruo dando tumbos en un mundo de verdaderos monstruos, donde no queda otra más que dormir para morir y morir para poder vivir.  Marlon Brando citaría a la bellísima  y absoluta interpretación de Hurt, como una de esas que nunca pudo alcanzar y al histrión, como uno de los que verdaderamente llegó a respetar.

1984 será otro año de personajes inolvidables para el actor cuyo nombre sonaba a herida. The Hit, la desfachatada parábola gansteril de Stephen Frears que funciona con la exactitud de un cronometro. En la que Hurt da vida a un desalmado matón cruel y pragmático hasta el tuétano que no gusta de la auto conciliación. Registro en el que se desenvolvería durante las siguientes tres décadas en papeles secundarios de villano sonriente, despiadado y cerebral.

1984 (EUA – RU. Michael Radford) es también el nombre de la adaptación cinematográfica  de la alegoría antitotalitarista  de George Orwell (tan de moda hoy en día en su descripción de pesadillas cumplidas) con su infinita capacidad para desdoblar indignación y azoro, Hurt es Smith, el hombrecillo que ha de enfrentarse contra un Gran Hermano que sólo quiere de él que vea cuatro dedos donde sólo hay tres. El interrogatorio que se da entre Hurt y su verdugo (el indomable Richard Burton en  la última actuación de su vida)  es de esas que ha de revisarse cada cuanto si de medir los peligros de dejar de pensar libremente se trata.

A continuación vendrían un cabildero homosexual que no es tan duro como él creía  (Escándalo, 1989. Michael Caton Jones), un granjero medio idiota capaz de sacrificarse a la primera oportunidad (El Campo, 1990. Jim Sheridan) un infame terrateniente espoleado por un honor de pacotilla (Rob Roy, 1995, su segunda colaboración con Caton Jones) dos vaqueros desfasados por tiempos que ya nos los reconocen (Hombre muerto de Jim Jarmusch y Wild Bill, de Walter Hill, ambas 1995), un viudo retirado que conoce su propia y personal Muerte en Venecia en los ojos de un apuesto jovencillo recién salido del 90210 (Amor y muerte en Long Island, 1997. Richard Kwietniowski) en la que sería la actuación mejor bordada y sensible de la madurez del intérprete.

Sería el mexicano Guillermo del Toro el encargado de dar a conocer a Hurt a las nuevas generaciones asignándole el papel de científico padre del mismísimo hijo del infierno en Hellboy (2004) la vibrante adaptación de cómic de justicieros demoniacos que no es que quieran ser unos freaks , sino que no tienen de otra. Papel  de viejo sabio que tendría una continuación de prólogo en la segunda parte de la hasta ahora suspendida franquicia de acción, Hellboy, el Ejército de Fuego (2008)

Otro rol identificaría a Hurt con aquellos que piensan que El Hombre Elefante es un invento estrafalario de Michael Jackson. Su vuelta a los  escenarios absolutistas de 1984  donde ahora él es el Gran Hermano, en V de Venganza (2005. James McTeigue) que ha de ordenar a través de una pantalla  omnipresente quien muere, quien vive y como vive.

Los crímenes de Oxford (España, 2008) su encuentro en clave de thriller laberintico con un Alex de la Iglesia sin mucho calcio, y Perros de tiro (EUA, 2005) su tercera colaboración con Michael Caton Jones. Gema a ser redescubierta donde Hurt entrega el alma como un sacerdote aparentemente inflexible que duda mucho en apostar el pellejo durante una matanza descarnada de Tutsis en la Ruanda de 1994; son los últimos vehículos estelares del actor.

Por ahí destacan también su voz de narrador aséptico, de dulzura enterrada, en los lances conceptuales- misántropos de Lars Von Trier sobre la América gringa profunda (Dogville, 2003- Manderlay, 2005)  y en la adaptación cinematográfica de la virulenta El Perfume (Tom Tykwer, 2006).

John Hurt ha muerto, para citar su pérdida no es suficiente recordar el intrascendente papel de vendedor de varitas mágicas en dos entregas de la saga Harry Potter.

Quienes lo conocieron lo declaran como un hombre generoso,  buen bebedor que amaba la vida. Quienes los vimos en pantalla sabemos que con su muerte solo empieza su leyenda. La leyenda de un actor cuyos pequeños ojos cobrizos y tristes parecían saber todos los grandes secretos de esta vida.

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