Rodrigo Islas Brito

El novelista y cineasta chileno Alberto Fuguet observó hace poco en entrevista, que si Estados Unidos puede estar en vías de perderlo todo con su nuevo y electo presidente, Donald «You’re fired!» Trump, en consecuencia el cine que se hace en aquel país, tiene por fuerza que resurgir.

Ya nadie pasa por alto que hoy la industria hollywoodense está atravesando por su momento creativo más estéril. Con la supremacía actual de las series  y las plataformas, el cine gringo ha quedado supeditado a un eterno verano de súper héroes con mallas con motivaciones de niños de seis años que combaten a villanos computarizados con planes malvados de un adolescente de 14, en historias cada vez más pasteurizadas e inofensivas, calculadas para no ofender a nadie.

Es en esta maquiladora de cine hollywoodense pedestre y desechable donde la solidez de una cinta como La invitación (EUA, 2015) esperanza y conmueve, como eco de un pasado de Ciudad Dorada donde las franquicias aún no dominaban nada.

El cada vez más presente Logan Marshall Green (Traveler , Prometeus)  interpreta a un yuppie barbón que intenta rehacer su vida al tiempo que recibe una invitación de su exesposa (burbujeante Tammy Blanchard) para pasar una velada en su antigua casa, con sus viejos amigos y con el nuevo esposo de la mujer con la que tuvo un hijo que lleva dos años muerto.

Lo que la directora Karyn Kusama nos presenta a continuación es un juego del gato y el ratón entre las certezas de cambio y las ambigüedades sobre quién está verdaderamente loco y quién solo está haciendo tiempo. La autora de la prometedora Peleadora (2000)  y responsable de la mediana pero divertida El cuerpo de Jennifer (2009) teje una red de intrigas paranoicas y sectarias combinándola con una claustrofobia pausada y desesperada con cara de pistas falsas y una opresión sagazmente soterrada.

El inquietante guión de Phil Hay y Matt Manfredi sumado a un score envolvente y muy bien calculado de Theodore Shapiro, le da a ésta, la mejor película en la carrera de Kusama, las herramientas necesarias para tender un horror de intensidad tan baja, que cuando estalla, lo hace con el timbre desaforado de los últimos gritos de un cerdo muerto.

La cineasta canibaliza lo mejor del más antropófago y encerrado Alfred Hitchcock (La soga, Frenesí) hasta mezclarlo incluso con el fuelle emocional introspectivo de esa fábulas morales a lo Erich Rohmer (La rodilla de Claire, Pauline en la playa) donde una serie de personajes maduros con la vida resuelta se reunían en bonitos lugares a reflexionar sobre cómo todo se había ido al carajo con el suspirar de unos años que no les pidieron permiso de nada.

Con estas mezclas tan atípicas pero efectivas, Kusama logra sostener y modular durante 100 minutos los resortes dubitativos de una historia que no se cansa de incomodar, de cansar, de encerrar, de apretar y de lanzar y relanzar las expectativas de un público avispado que pueda ser capaz de almacenar un nivel de concentración superior al din don dan de un villancico navideño.

Repleta de ese subtexto de rampante fanatismo que hoy envuelve vértices y enclaves del aciago american dream.  Sujeto ya a una espiral de promesas rotas, en el que el concepto de bienestar se ha asimilado ya con la brutalidad de falacias que puedan dañar y matar las cuatrocientas veces que tarden en ser repetidas.

Tratado sobre la anatomía de los cultos y del peso muerto del pasado, la amistad y el amor,  La invitación es una apuesta extraña dentro del entramado de la actual oferta cinematográfica. Un thriller en donde nadie es asesinado en los primeros cinco minutos, concentrado en el oficio de la palabra, más que en el gratuito deleite de una acción efectista pomposa y estéril, especialidad del acostumbrado thriller vuelta de tuerca post shyamalesco.

Esta Invitación vale la pena, y entre quedarse una noche en casa a verla en Netflix o lanzarse al cine a ver el último grito de lo más chafa y naif del main stream espacial repleto de estrellas tipo Pasajeros, o los reality shows en tercera dimensión con monstruosas trocas como protagonistas, el buen cine, aún sigue siendo opción.

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