Elisa Ruiz

OAXACA, OAX. (sucedióenoaxaca.com) Como si la vida continuara en el más allá, la maleta que Carlomagno exhibe estos días en el Museo de Arte Popular de la Ciudad de México, como parte de la exposición “Hacia el más allá y de regreso”, contiene todo aquello a lo que se aferra en esta vida y objetos determinantes en la formación de su carácter como hombre y como artista.

La exposición, abierta al público el pasado 27 de octubre, se compone de 100 valijas intervenidas por 50 artistas alemanes y 50 mexicanos, concebida por el fallecido tanatólogo alemán Fritz Roth con curaduría de su hijo David, con el propósito de obligar al espectador a reflexionar sobre su propia muerte, ya que en Alemania, a diferencia de México donde la muerte se celebra, este tema es un tabú a pesar de los millones de muertes de la segunda guerra mundial.

A propósito de su participación en esta actividad que forma parte del Año Dual México-Alemania, el afamado ceramista del barro negro, Premio Nacional de Ciencias y Artes 2014, y director del Museo Estatal de Artes Popular de Oaxaca (MEAPO), expresa: “Traté de colocar en esa maleta objetos de lo que nos enamora y a lo que nos aferramos en la vida.  Es tan hermosa la vida que no tengo ningunas malditas ganas de morirme”.

Mientras algunos artistas colocaron una rosa, el peluche que le regaló el amor de su vida, sus zapatos preferidos, cigarros o una botella de vino, por si no hay en la próxima vida, Carlomagno incorporó a la maleta de su hipotético último viaje el rebozo de su madre, los tres libros que marcaron su vida, los retratos de sus personajes favoritos y los objetos determinantes en su vida y en su obra.

El creador zapoteca originario de San Bartolo Coyotepec detalla cómo intervino la maleta que presenta en la exposición que permanecerá en el Museo de Arte Popular hasta el próximo 29 de enero.

Cubrió el exterior de la maleta con la bandera de México, el escudo de Oaxaca, y el glifo de un jaguar sobre una montaña que representa a su pueblo conquistado por la corona española.

También la forró con timbres postales que ilustran diversos aspectos de la cultura zapoteca en tiempos prehispánicos y con 300 caritas de calaveras de barro negro, pegadas con silicón.

Al interior colocó objetos que reflejan su identidad, “el yo, Carlomagno”: una imagen de Coatlicue, la madre de todos los dioses de acuerdo con la mitología mexica; Tonatiuh, el dios del sol; de los dioses zapotecas Pitao Cocijo, de la lluvia, y Pitao Cozobi, del maíz; así como de la virgen de Guadalupe y la virgen del Carmen, San Pero y San Pablo, y un Cristo, por la religión católica que le inculcó su madre.

Agregó un nopal, un maguey, un zompantli, una calavera de barro negro, un rebozo de Mitla que representa el regazo de su madre, una catrina y un juego la lotería mexicana, “porque los mexicanos nos jugamos la vida a la suerte”.

Incorporó fotografías “muy personales” de sus hermanos Armando, Cecilia, Luisa, Abel, Adelina, Magdalena y una suya, así como de su padre Eleazar y de su madre Cecilia, de su esposa y sus hijos.

Y sus libros esenciales: “El laberinto de la soledad” de Octavio Paz; “Los hombres que dispersó la danza” de Andrés Henestrosa; y “El Quijote” con cual, subraya, “aprendí la lengua de Castilla, la cual he tratado de aprender lo mejor lo mejor que puedo”.

La maleta lleva también la iconografía en la que fue educado: estampas de Benito Juárez, Miguel Hidalgo, José María Morelos, Francisco Villa, Emiliano Zapata, el Che Guevara, “mi comandante Lucio Cabañas Barrientos”, el águila republicana, el escudo nacional del México y el escudo de Oaxaca.

También los retratos de sus más queridos amigos: el lingüista zapoteca Víctor de la Cruz, “por quien he derramado lágrimas”; su maestra María Teresa Pomar, incansable promotora de la cultura indígena, y Enrique Audifred, impulsor de artistas populares de Oaxaca, y de dos amigas muy queridas que le han ayudado mucho en su vida y en su carrera.

Por último, un cántaro de barro negro con mezcal, un paliacate rojo, un pasaporte y semillas de cacao “por si las moscas, qué tal si hay necesidad de pagar algo en el otro mundo”, dice malicioso.

“Yo traté de poner todo lo que nos constituye a los mexicanos y a los oaxaqueños; lo que nos enamora y a lo que nos aferramos a la vida. Es tan hermosa la vida que no tengo ningunas malditas ganas de morirme”, dice parafraseando a uno de sus escritores favoritos.

“En esa maleta para el último viaje va todo lo que me llevo en el corazón y la gente a la que vendría a jalarle las patas, jajaja”.

Tiene razón Reinhard Maiworm, director del Instituto Goethe y organizador de la exposición cuando ironizó que si la muerte tuviera una nacionalidad sería mexicana. «Por eso traer esta exposición a México parecía algo natural», expresó.

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