Jorge González

IXTEPEC, Oax. Su esposa está del otro lado, grita pidiendo auxilio desde adentro de la casa, los gritos se mezclan con el crujir de la tierra y la caída de los tejados. Hay un breve espacio que los divide, cuestión de centímetros, pero el marco de la puerta se comprime por el movimiento violento de la tierra, la puerta está atorada. Tras un rato, él logra entrar, se dice a sí mismo: «si me toca, me toca junto a mi vieja», el terremoto aún no ha terminado.

Mientras busca desesperado, los tejados siguen cayendo, hasta que la logra ver con la Luna como aliada, luego escucha los balbuceos de su esposa que está tirada, lastimada del pie por un bloque de tejas.

Ambos sobreviven al terremoto del 7 de septiembre.

Es la narración de Crisóforo Garrido, damnificado alojado en el albergue del internado Santos Degollado que resguarda el ejército, un mes después de ese sismo.

“La vida continua”, aseguran los pobladores. Intentan verlo así, pero hay un hueco, una fisura invisible. En Ixtepec, existe un antes y un después de los terremotos del 7 y 23 de septiembre.

Aunque vivía temerosa, mucha gente tenía la certeza de que ya no volvería a temblar con la fuerza del primer sismo. Fueron sorprendidos por la cadena de sacudidas del 23 de septiembre y después de eso nada fue igual: «en Ixtepec sigue temblando, seguimos en la calles», lamenta un poblador.

«Tenemos temor, por el trauma que pasamos, pero ya se ha ido suavizando un poco. Nos sentimos deprimidos, pero ahí vamos. Tratamos de levantarle el ambiente a la vecina, a los vecinos, ellos también, y así nos echamos la mano, porque no hay otra solución más que apoyarnos entre nosotros mismos», dice Gregorio Banderas, mejor conocido en el pueblo como Goyito Banderas, para quien, por cierto, las tamaleras, las totoperas, las bordadoras, entre otras trabajadoras, son las verdaderas artistas, las que le dan vitalidad al pueblo.

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Ixtepec de San Jerónimo Doctor es una comunidad zapoteca, paso obligado de miles de migrantes que durante todo el año se dirigen a tierras norteñas. Punto geográfico estratégico, comercial y militar, constituye el epicentro, no sólo del pasado sismo del 23 de septiembre de 5.2 grados, según el Sistema Sismológico Nacional (SSN), sino de un sinfín de anécdotas que se han tejido a lo largo de la historia.

Una de ellas es la registrada en el texto Fusilamiento de los Chihuitecos –de Gaspar Gómez Roussell—y ocurrida el 17 de marzo de 1929 en el interior del panteón San Jerónimo, cuando 34 personas, en ellas algunos niños de 11 y 13 años, originarias de la comunidad aledaña de Santo Domingo Chihuitán, fueron asesinadas por las tropas del general obregonista Alejandro Mange Toyos por pugnas políticas con el rebelde delahuertista Nicanor Díaz.

Muchos jeromeños –como se les decía a los ixtepecanos de ese entonces– observaron enfurecidos y estupefactos cómo fusilaban a sus vecinos inocentes. Según el artículo citado, al general Mange en más de una ocasión le pidieron piedad y respondió: «¡No busco quién lo hizo, sino quién lo pague!»

Hoy los herederos de esa historia oculta por más de ochenta años se refugian debajo de lonas, colaboran en cocinas comunitarias, montan guardias nocturnas, atentos ante la posibilidad de un nuevo terremoto o cualquier peligro que los aceche. Han puesto en práctica sus propios sistemas de defensa y colaboración.

Vecinas del callejón Trujano, Adriana y María del Carmen explican:

–Por las noches, amarramos a dos perritos de cada lado del callejón, de esa forma, nos alertan de cualquier situación. Tenemos un chiflido y así alertamos a los vecinos. A veces es difícil porque sobre todo somos mujeres, los hombres tienen que salir a trabajar, muchos son taxistas, algunos albañiles, pero entre nosotras nos cuidamos. Estamos vecinos y familia, entre todos colaboramos en la comida, en la limpieza, en lo que haga falta, incluso en la educación, leemos y lo que sabemos se lo enseñamos a los niños, porque aún no hay clases.

–¿Han recibido apoyo por parte del gobierno?

–Sí, nos han traído despensas, pero sabemos que tienen mucho y han acaparado. Yo le diría a la gente que ya no mande víveres, ¿para qué?, si de todos modos se los quedan las autoridades. Ese muro que está tras de ti, le pedimos a los soldados que nos ayudaran a quitarlo y sólo nos dijeron que no podían, que esas órdenes no habían recibido. El gobierno nos ignora, el presidente municipal dice que aquí en Ixtepec no pasó nada.

“Desde antes del terremoto nos cuidábamos, a lo mejor cada quien desde su forma, pero lo hacíamos. Hoy tenemos que salir adelante por nuestros propios méritos, poco a poquito… cuántos años tardamos en construir algo que se nos fue de un momento a otro; vamos a salir adelante porque Ixtepec tiene que estar de pie”.

En el albergue del internado Santos Degollado se tuvo la oportunidad de platicar con algunos damnificados, mientras se realizaban las entrevistas el capitán José Anceres García, de la 28 zona militar, siempre estuvo al tanto de lo que se preguntaba y lo que contestaban los pobladores.

Se le cuestionó respecto a la denuncia que hacían algunos pobladores sobre un posible acaparamiento de víveres por parte de los militares a través de retenes: «no hay tal acaparamiento, todo se concentra en la base aérea de Ixtepec, no hay retenes, ni acaparamiento alguno», respondió con un gesto de sorpresa.

 

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Hay grietas visibles, bifurcaciones, tatuajes en el concreto y el adobe. todo reducido a escombros tras la fugacidad violenta de la tierra. Jornadas laborales, tiempo y fuerza de distintas generaciones. De los escombros han surgido distintos proyectos, uno de ellos es el del Comité Ixtepecano en Defensa de la Vida y Territorio.

Rubén Valencia, miembro del comité, asegura en entrevista que ante la política del Estado, junto con constructoras, de demoler y ofrecer «prototipos de viviendas que no van acorde a las condiciones culturales y climáticas del pueblo», el Comité Ixtepecano, en colaboración con distintos colectivos y organizaciones, han decidido formar un Concejo de Reconstrucción y Fortalecimiento del Tejido Comunitario.

Mediante este organismo plantean acciones como el reciclaje de escombros y la reconstrucción de viviendas, de acuerdo con el contexto y las necesidades del pueblo ixtepecano.

–¿Cuántas casas se verán beneficiadas y cuál fue el proceso de selección para dar el apoyo?

–Tenemos una meta, aunque son más de 7 mil casas que están estructuralmente afectadas en Ixtepec. Estamos hablando de una primera etapa de 450 viviendas y una segunda con la que se pretende llegar hasta 2 mil 500. Todo incluye un equipo de voluntarios que viene de la Ciudad de México a apoyar. El proceso de selección, se dio a partir de los que ya estamos defendiendo el territorio de Ixtepec, de igual forma se basó en una relación de confianza entre familiares y vecinos.

–¿Este momento coyuntural puede influir en futuras luchas, no sólo en contra de proyectos extractivistas sino de las políticas del Estado en las comunidades?

–Sí, de hecho muchos vecinos, al ver que no fueron los políticos ni las autoridades las que realmente acompañaron este proceso tan difícil, están planteando la posibilidad de construir una autodeterminación en el pueblo. Nosotros vemos que conforme vaya avanzando la etapa autogestiva de reconstrucción, vamos a tener que visualizar más seriamente de que eso nos tiene que llevar a una autodeterminación integral.

A 19 kilómetros de Ixtepec, comenzó la entrega de apoyos para damnificados. La comunidad de Asunción Ixtaltepec, una de las zonas más afectadas de la región, fue el proyecto piloto en el que arrancó la entrega de tarjetas por parte del gobierno federal el pasado 2 de octubre.

Después del censo, realizado por estudiantes voluntarios del Instituto Politécnico Nacional, ingenieros y arquitectos, coordinados por la Secretaría de Desarrollo Agrario Territorial y Urbano (Sedatu), se realizó la entrega de las tarjetas para daños totales, de 120 mil pesos, y de 15 mil para daños parciales.

No tardaron mucho en arribar agentes productores de viviendas (APV), empresas encargadas de ofrecer créditos para construir prototipos de vivienda de acuerdo con el presupuesto que tiene la gente afectada.

Un ingeniero civil, empleado de la empresa constructora oaxaqueña ISTVA S.A. de C.V., quien prefirió mantenerse en el anonimato, explica que «el apoyo de 120 mil pesos es solo para dejar algo proyectado para un futuro», y reconoció que «hay casos como el de Ixtaltepec en donde conviene más para el negocio considerar todas las casas que se puedan como pérdidas totales, en vez de parciales, pues muchas casas se pueden rescatar, pero implicarían más gastos para el gobierno».

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Claudia lee un libro cristiano, asegura que «hay que fortalecer el alma en estos momentos». Su casa fue totalmente destruida. Al preguntarle qué opinaba sobre el apoyo que estaba dando el gobierno, responde: «¿acaso así lo hizo el gobierno con la casa blanca que tiene?, es una burla lo que están haciendo, ¿dónde están nuestros impuestos y los millones de donaciones?», recrimina.

La misma pregunta provoca una respuesta diferente en la señora Rosa Chiñas, «pues qué vamos a hacer, uno se conforma con lo que nos quieran apoyar, se les agradece. El gobierno no tiene la culpa de lo que paso», señala.

La gente hace fila para retirar su primer apoyo en el mercado municipal, cuenta su dinero, lo guarda cuidadosamente.

Algunos escuchan atentos las indicaciones de los agentes crediticios, otros únicamente observan a su alrededor, como buscando algo, una respuesta ante la incertidumbre de no saber qué harán después. De pronto alguien susurra «¿en qué momento nos llegó a chingar el terremoto?, otro responde, «el terremoto siempre ha estado, porque jodidos hemos estado siempre».

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