Jorge Pech Casanova

Foto: Mario Jiménez Leyva (NVI)

Las hermanas Paula, Margarita y Juana Santos Arce murieron de frío, tras una tormenta de nieve en un desierto de California, el 10 de febrero de 2020. Habían salido de un pueblecito de Oaxaca. Tenían 29, 32 y 35 años de edad. Estaban tratando de establecerse como trabajadoras en los Estados Unidos. Entraron al país vecino sin documentos, y por eso tuvieron que usar una ruta clandestina —cruzando el desierto de Mount Laguna, en San Diego— donde las atrapó la nevada. No llevaban ropa abrigada ni suministros para soportar las bajas temperaturas.

Las tres hermanas nacieron en El Jicaral, Coicoyán de las Flores, municipio de Oaxaca en el que 99.4 por ciento de la población vive en condiciones de pobreza. Casi todos los habitantes de Coicoyán reciben dinero de parientes emigrados. Sólo diez personas de ese municipio subsisten, con enormes dificultades, sin recibir remesas de sus familiares. Paula Santos Arce era madre de un bebé de un año y seis meses; su hermana Juana dejó huérfanos a dos hijos, uno de cuatro años de edad y el otro, de dos.

La periodista Juana García, al acudir al entierro de las tres hermanas, averiguó que habían viajado antes a Culiacán, San Quintín, Sinaloa y a otros lugares del norte del país para trabajar en los campos. Con su esfuerzo migrante lograron construir una pequeña casa, donde ahora sólo vive su padre, Atanasio Santos Pérez, de 84 años de edad.

Como eran mujeres solas, las dos hermanas mayores tenían que trabajar sus milpas a fin de mantener a la familia. En esto las ayudaba su hermana menor y el marido de ésta. De todos modos, el esfuerzo en El Jicaral no rendía. Eso lo saben todos los que duramente trabajan allí sin ganar mayor cosa. 

Por eso tuvieron las tres hermanas que irse a buscar fortuna, primero al norte de México, por último, a Estados Unidos. Esperaban lograr algo más en ese país. La reportera García refiere que Paula, la hermana menor, “antes de partir de su comunidad le dijo a sus padres y a su esposo que trabajaría duro para regresar pronto a casa”.

Las tres hermanas salieron de El Jicaral el 28 de enero de 2020. Habían contratado a los “polleros” Cecilio y Ricardo Ríos-Quiñones para que las guiaran en el riesgoso viaje hasta San Diego, donde las esperarían algunos parientes. Iban con otras dos personas.

El 11 de febrero —relata la reportera García— “la patrulla fronteriza recibió una llamada de emergencia en las montañas de la reserva indígena La Posta. Cinco personas habían quedado atrapadas por las bajas temperaturas en la zona, entre ellas las hermanas Santos Arce, quienes fueron localizadas en mal estado de salud: una de ellas, aún consciente; las otras dos, en estado grave. Más tarde las tres murieron, informó la policía de San Diego”.

El 1 de marzo, casi a medianoche, llegaron a El Jicaral los ataúdes de las tres hermanas Santos Arce. En la casita que esperaban mejorar a su regreso de Estados Unidos se hizo el velorio. Las sepultaron el 3 de marzo.

A poco más de un año de ese funeral, concluyó el juicio de los “polleros” Cecilio y Ricardo Ríos-Quiñones, el 5 de abril de 2021. Cathy Ann Bencivengo, jueza del condado de San Diego, los condenó a cinco y medio años de prisión por abandonar a las hermanas Santos Arce en medio de la nieve. La jueza Bencivengo declaró en la sentencia: “Es trágico que alguien que quiere venir a trabajar, muera; pero es más trágico que haya personas que se benefician de esto por tratar [a las migrantes] como fardos”.

Cecilio y Ricardo tienen 38 y 23 años de edad. Cuando salgan de la cárcel todavía podrán rehacer sus existencias y quizá contribuyan a que nuevos migrantes pierdan la vida.

Como recuerda la periodista Juana García, durante 2020 fallecieron 39 migrantes oaxaqueños, cinco de ellos, al intentar el cruce de la frontera. Las hermanas Paula, Margarita y Juana Santos Arce, quienes “iban al campo, pizcaban, sembraban, eran mujeres fuertes y con mucha vida” han perdido todo y ahora son sólo números agregados a la cuenta fatídica. Tuvieron rostro, alegrías, penas, familia, sueños. Su muerte no debiera ser un pretexto para olvidar por qué tuvieron tan trágico fin.

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