Rocío Flores/Fotografía: Carmen Pacheco

YERBA SANTA, ZANATEPEC.  Tenemos como un mes estrenando a Lola. Estábamos acostumbradas a un solo quemador, hacíamos una sola cosa, ahora podemos estar haciendo tres a la vez, además, aprovechamos la leña, cuenta tía María.

Tía María habla de su nueva cocina, que cuenta con un horno especial para hacer totopos, al que le llama Lorena porque está hecho de lodo y arena.

La que (se) cuece aparte, literal, es Lola, un comal con fogones hecho de lodo y ladrillos, ambas herramientas son parte de las cocinas que ahora estrenan en Yerba Santa, municipio de Santo Domingo Zanatepec.

Tía María es una de las mujeres que durante el terremoto de 8.4 que azotó la región, en septiembre de 2017, perdió su cocina en la que preparaba todos los días los alimentos para su familia, con la que aportaba al sustento familiar.

Nueve meses después, ella y tía Aída, tía Genia, tía Yudelma, entre otras, dicen que tienen la posibilidad de imaginar una vida mejor. Ha pasado el susto, la tristeza y la depresión. Sonríen.

“Ya nos estábamos despidiendo, pensamos que era lo último que íbamos a ver”, recuerda una de ellas mientras echa la mirada al fuego donde se cuecen unas empanadas que ofrecerán en la inauguración de sus nuevos espacios.

Se trata de 33 cocinas ecológicas y 24 hornos totoperos que fueron inaugurados en Yerba Santa y Carlos Ramos, en la región del Istmo de Tehuantepec.

 

COCINA YERBA SANTA 3

 

Aquí  los hornos son indispensables para muchas mujeres indígenas, como la tierra, la leña para el fogón y el agua. Por eso muchas de ellas se han sumado por su defensa y se oponen a que la empresa minera que se intenta establecer .

Gracias al apoyo de las tías y la participación apartidista de hombres y mujeres del pueblo, se creó en 2015 la Unión de Ejidos y Comunidades Agrarias de Zanatepec.

El fuego arde en el fogón, mientras ellas recuerdan cuando en noviembre de 2016 marcharon -representando al Ejido-  junto a unas cinco mil personas, dicen que lo hicieron para defender la tierra, para cuidar el agua.

Lo seguiremos haciendo, apunta tía María. “Antes no sabíamos que era la minera, por eso no decíamos nada, ahora ya sabemos que destruye nuestro río, el ganado, la tierra, las plantitas, todo pues, por eso es que lo defendemos”.

Tía María mueve el sartén en el que cocina, de reojo mira el horno de los totopos, dice que el fuego de ahí ya no quema los brazos, ni salta a la cara el calor que despide al cocer. La forma circular les permite moverse mientras están listos los totopos, famosos dentro de la gastronomía del estado.

“Ya no sale de frente todo ese calor del fuego, antes era así”.

¿Y el sabor es el mismo? le pregunta una invitada.

“El sabor es el mismo, aunque muchos critiquen que esto no es una práctica nada culinaria, se come riquísimo remojado en el café”, dice otra de las asistentes, una mujer citadina de origen gulucheño, así es como les nombran a los de Zanatepec.

Un esfuerzo organizado

El presidente de esa Unión de Ejidos, Roberto Gamboa, dice que la inauguración de las cocinas es parte de ese esfuerzo organizado y una colecta que hicieron ciudadanos de otros países.

También aclara que no pelean contra la minería, “cuidamos nuestra tierra, nuestra agua, no la queremos porque contamina, destruye, envenena. Porque es lo más importante en nuestra vida”.

Pero también hay otras cosas que destruyen la salud y la dignidad, agrega, y esa es la que viven muchas mujeres de la región respirando el humo, o con cocinas destruidas y quemando mucha madera.

Por eso en esta comunidad se buscó una nueva opción, para que, quienes trabajen ahí tengan un espacio más digno, usen menos leña y no respiren el humo.

La cocina cuenta ahora con una sencilla chimenea que disminuye casi en su totalidad el humo y evita que ellas sigan aspirándolo diariamente. Fueron hechas por la misma comunidad con la asesoría y apoyo de la Organización Promotora de Servicios para el Desarrollo S.C

“Podemos caminar alrededor del horno. Antes teníamos cuadrado, parado ahí en la esquina, y en un solo lado, así como estamos ahora avanzamos más”, dice una de ellas.

“Coce bonito, aunque no me he adaptado todavía, estoy agradecida por el esfuerzo que hicieron en la colecta”, dice otra de las tías mientras hace a un lado las empanadas recién salidas de su fogón.

La mujer sonríe ligeramente, y en un par de minutos resume el proceso para hacer los famosos totopos, que, reitera, “saben igual o mejor todavía”.

“Se coce el maíz, se lava, se lleva al molino, se le da su punto a la masa y eso es todo ¡a darle!” dice.

Tía Aída, tía Genia, tía Yudelma, todas sonríen en ese nuevo espacio construido sin ningún apoyo gubernamental, sin partidos, sin condiciones, según sus testimonios.

Las mujeres conviven mientras al fondo se escucha el sonido del loro, el alto parlante del pueblo que llama al niño «matapalomas» que acaba de matar un pichón, otros niños corren por el patio, mientras se cocinan los totopos y el horno se acostumbra, “porque si primero lo cuece crudo, al día siguiente no lo cuece igual, lo tira, no lo acepta”, dice tía María.

Una voz interrumpe la explicación, para recibir a alguien que acaba de llegar.  ¡Ya no llegó a la foto tía! le dice Anabel,  mientras disfruta una empanada de carne molida, doradita, con col y salsa preparadas en esa nueva herramienta que llegó para apoyar la reactivación de la economía de Yerba Santa, donde, por cierto, esa planta tropical “ no se da”.

Las cocinas se realizaron a la donación de activistas y defensores de derechos humanos radicados en Garland, Texas, la organización Procesos Integrales para la Autogestión de los Pueblos A.C. (PIAP) y el Colectivo por la Ciudadanía de las Mujeres A.C.

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