Se ha utilizado muchas veces la expresión “en pleno siglo XXI” para reprobar alguna acción inhumana; asumen que el simple paso del tiempo humaniza a la humanidad. Asumen que “los tiempos modernos” poco a poco nos acercan al acabamiento y perfeccionamiento del alma humana. No es así y está a la vista.

La historia, llena de rupturas, llena de quiebres, también es plena en retrocesos. Cuando el mundo había creído descubrir en la razón la quintaesencia del camino rumbo a mejor, camino a la felicidad, culmina su proyecto de raciocinio en la peor de las catástrofes humanas: el Holocausto de las minorías étnicas y religiosas de Europa en la medianoche del siglo XX. Todo un proceso histórico, la Ilustración, desembocaba en una calamidad. Y se escuchaban las voces: “en pleno siglo XX”, después de haber endiosado a la razón, ahora el mundo conocía el lado más oscuro de ella. “El Medievo quedó atrás”, decían; pero llegó Hitler y demostró que la razón humana también era capaz de ser insensible, fría, cruel. Y Hitler no fue un loco producto de la generación espontánea, fue producto de un proceso histórico con el cual toda una nación se identificó.

El fascismo fue derrotado militarmente en la Segunda Guerra, pero su proyecto político-social quedó intacto: aplazado, pero intacto. El fascismo comenzó su proyecto democrático. Ahora no llegaría a establecerse bajo un liderazgo, bajo una dictadura unipersonal, sino bajo una dictadura de desideologización y de entronización del totalitarismo impuesto bajo el disfraz democrático.

La ciencia y la tecnología, hermanas inseparables, herederas de la razón ilustrada, han llegado a convertirse en los hilos conductores de los anhelos humanos, del proyecto de humanidad: ciencia y tecnología al precio que sea, parece ser la nueva consigna. Y bajo este matiz, aparece el mercado como el regulador del acceso a estos factores de dominio y control supranacionales.

Si el fin del nacionalsocialismo acabó con el lenguaje racista y biologicista abierto y descarado (funestas interpretaciones nietzscheanas), la dictadura de la democracia liberal los sustituyó por un lenguaje que ahora sería el correcto: “instituciones”, “libertades”, “elecciones”, “consumo”, “voto”, “igualdad”, y en nombre de todos esos conceptos vacíos de cualquier contenido material, el fascismo ha vuelto “en pleno siglo XXI”.

En México se acabó una dictadura (que había acabado con otra dictadura) que hablaba de “revolución”, “nacionalismo”, “Estado”, “democracia”, “igualdades sociales”. Entró una dictablanda ineficaz que no pudo siquiera articular un discurso: sólo habló de guerra y narcotráfico.

Hoy el reloj de la historia se ha retrasado nuevamente. “En pleno siglo XXI” se instaura una dictadura democrática de tipo fascista. Todas las corrientes que antes enarbolaban una ideología bien determinada, hoy se han disuelto para servir al totalitarismo de turno; la clase política ha sido ocupada por una multitud de desclasados, de servidores de la corrupción y las cuentas bancarias. Perfectos servidores del mercado: despolitizados, ignorantes, corruptos e inhumanos, los políticos perfectos de la posmodernidad.

En este marco se inscriben las contrarreformas que se han estado aprobando en este año de gobierno de Enrique Peña Nieto y el nuevo rancio PRI. Nuevo, porque, vemos, lo nuevo es retroceso, y rancio, porque es eso que quisimos acabar y que sobrevivió con el desencanto en el que nos sumieron: la desesperanza fue su combustible. Hoy se vuelve a centralizar todo el poder que a fines de los noventa se habían descentralizado; ahora, la protesta social será un delito grave: lo peor del siglo XX mexicano está volviendo con todas sus fuerzas.

 

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