¿Los asaltos también están de moda?

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Ilustración/Foto: Carmen Pacheco.

Santiago González

Es jueves y algunos bares están repletos. Son las 12:30 am.

Me encuentro con Pablo y Omar en un bar cosmopolita de Oaxaca. No han pasado ni 15 minutos desde que Citlali abandonó el sitio junto con sus dos paisanos colombianos para dirigirse a casa.

De pronto, suena el móvil:

“¡Nos acaban de asaltar parcero, se llevaron a mi amigo, no lo veo, y le quitaron las cosas a Carla, ven por favor!”, suplica por llamada telefónica Citlali.

Ocurre unos segundos después que, irónicamente, Pablo me comentaba que 2006 fue un año de inseguridad y represión en Oaxaca.

Estamos en el bar Convivio a principios de diciembre de 2021.

—¿Dónde estás?— le respondo.

—¡No sé, parce, estoy en Xicoténcatl, por favor ven, no veo a mi amigo Brayan. Siguió a los asaltantes y creo que lo agarraron”, asegura preocupada y confundida.

“Voy para allá”, respondo, y en un impulso salgo a toda prisa del sitio. Recapacito y retorno al bar, le pregunto a Pablo y a Omar dónde está la calle Xicoténcatl.

—¿Qué pasó?— pregunta Pablo.

—Asaltaron a la parcera y a sus amigos— respondo.

—¡Vamos!— sintonizan.

De inmediato nos subimos a la moto. Avanzamos una cuadra sobre Murguía hasta dar vuelta en sentido contrario sobre Xicoténcatl, continuamos cuatro cuadras abajo hasta llegar a la calle Guerrero.

En el lugar únicamente estaban Citlali y Carla, ambas se habían movido de Hidalgo y González Ortega, donde había ocurrido el robo, para resguardarse en casa de Citlali. De Brayan no había pista alguna.

“Mi amigo Brayan fue tras del que se llevó la bolsa y desapareció. Sólo le robaron a Carla. En dos años jamás me había pasado esto, esto no es Oaxaca”, se trata de convencer a sí misma Citlali.

Con una voz quebrada en llanto y el temor aún nadando en la mirada, Carla se muestra exasperada y en shock, explica que luego que el ladrón le arrebatara la bolsa, la amenazara con cuchillo en mano y ella cayera al suelo de la impresión y el asaltante mismo la ayudara a levantarse, inmediatamente pensó en el contenido de la bolsa: una cartera, un celular y, lo que más le preocupaba, un pasaporte que usaría el próximo día lunes para viajar a Bogotá.

La aparición repentina de Brayan revitaliza momentáneamente los ánimos: “no alcancé al desgraciado. Eran tres, flacos, jovencitos, casi niños, con cuchillos, corrí todo lo que pude pero nunca alcancé al de la bolsa, los otros dos se fueron por su lado”, se lamenta.

Ante los hechos, el grupo decide ir a levantar un acta de robo a la Unidad de Atención Temprana de la  Fiscalía General del Estado de Oaxaca. Un oficial de nombre Pablo los recibe en la puerta: “¿traen aliento alcohólico?”, pregunta inquisitivamente; “sí, pero no estamos borrachos. Nos acaban de asaltar en la calle, ya íbamos a nuestra casa”, responde Brayan.

Un espacio dividido en cubículos de vidrio, un azulejo gris blancuzco y frío, y una fuerte iluminación, configuran el silencioso ambiente de madrugada en la Fiscalía. Adentro del cubículo, la fiscal número 9 toma la declaración de Carla, quien en algún momento solicitará ir al baño infructuosamente debido a la carencia de agua en el edificio.

Luego de levantar el acta, restaba ir a la embajada de Colombia en la Ciudad de México y agilizar un permiso para viajar; no obstante, Carla recibe una misteriosa llamada por la mañana: supuestamente es la Guardia Nacional, le dicen que su pasaporte y sus documentos fueron encontrados en una calle céntrica. Ese mismo día le hacen entrega de sus documentos. Recupera cierta tranquilidad.

Con este caso suman cinco asaltos que en menos de un mes han sufrido conocidos y amistades en pleno centro histórico de Oaxaca. No sólo han robado a turistas, sino también a gente local, trabajadoras que trasnochan debido a sus horarios laborales.

Tal parece que un centro enrejado por policías y protocolarios rondines en motocicleta no son suficientes para disminuir la ola de asaltos violentos que proliferan.

Irónicamente, está de “moda” ser asaltado en el “Oaxaca de moda”, el “Oaxaca de marca”, del sexenio de Alejandro Murat.

Pero, sobre todo, pareciera un síntoma de una enfermedad social y económica que Oaxaca vive a flor de piel como nunca antes.

Aunque la cuestión sea distinta para el gobernador de Oaxaca, Alejandro Murat, quien aseguró el pasado 10 de diciembre durante un acto oficial en el que condecoró a elementos de la policía estatal que “la libertad de las oaxaqueñas, la paz de los oaxaqueños, su integridad física y patrimonial no está en venta”, y al igual que en otras ocasiones, no se cansó de recalcar la “saludable seguridad de Oaxaca que la posiciona en la novena entidad más segura del país”.

Al final vienen a mi mente las palabras que, no hace mucho, azarosamente, pude escuchar de la charla que un joven pandillero sostenía con su colega en una cantina: “esta es mi venganza, si no hay nada para mí en esta podrida ciudad, entonces tomaré lo que me toca”.

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