El insólito caso del Burrito ilustrado

La mejor venta del taciturno Burrito ilustrado sucedió cuando ponía su puesto en el corredor turístico Macedonio Alcalá de la ciudad de Oaxaca desde las once de la noche hasta las dos de la madrugada.

Vendió 3 mil pesos en libros.

Eso fue en días de prepandemia, hace como dos años y medio, cuando decidió que quería vivírsela en el centro. No solo en las cantinas, sino en la calle, un ámbito que siempre le ha gustado. 

Al final, esa era la intención: “ver lo que estaba pasando en la calle y vincularme con el entorno. Por eso me quedaba hasta la madrugada, aunque vendiera poco”, aclara.

–¿Y a quién le vendías a esa hora?

–Pasaban borrachos. Una vez pasó un güey bien pedo pidiéndome una Biblia nada más por desmadre. Pensó que no iba a tener una, y se la trabé, me la compró.

La plática con el Burrito  transcurre en días de fin de año, en la Plazuela del Carmen Alto, donde tiene un espacio que a veces es un puesto armable del Tianguis Cultural que todos los días se instala ahí –excepto los estrambóticos “Miércoles sin Ambulantes”– y otras un tendido en el paso, sobre la cantera verde, a un lado de la miscelánea Cocijo.

Empieza a oscurecer. Los últimos clientes revisan libros de Jorge G. Castañeda o Alejo Carpentier o Charles Baudelaire u otro autor igual de disímbolo. Son estudiantes de maestría o extranjeras o escritores locales. Llega de todo.

Pronto empezará a levantar sus libros, los acomodará en cajas de plástico que colocará en un diablito, su ‘burrito’, y caminará hacia la calle García Vigil, bajará por ahí, doblará por Bravo  –que después  se convierte en Abasolo– ante la mirada más bien indiferente de los  policías que resguardan las vallas del cerco que el municipio capitalino montó para evitar la instalación de vendedores ambulantes en el andador turístico, atravesará  éste y llegará a donde ha instalado, oculta, escondida, su Burrito Librería, el otro paso que dio su proyecto.

–¿De dónde te salió lo lector?

De la primaria a la prepa, el Burrito prefirió el desmadre a la lectura.

En los años de la primaria era de los niños que se salía a la calle a jugar futbol, aunque lo marcó la biblioteca que su abuela tenía en la Colonia del Maestro: recostarse en el suelo frío, la tranquilidad, el silencio.

Durante la secundaria, le gustaba pintar las paredes, grafitear, rapear, vagar. Y la prepa fue de pura fiesta.

–Soy un lector que llega tarde. Comencé a leer en forma cuando cursaba la carrera de comunicación y periodismo, en la FES Aragón de la UNAM. Fue cuando me di cuenta que era necesario un desarrollo intelectual.

“En ese entonces me enfoqué en lecturas de aspectos políticos y sociales vinculados a la militancia. De literatura, muy poco. Diría que ha sido muy aleatoria mi forma de ver las cosas y he leído a partir de las necesidades prácticas, lo mismo un ‘Capitalismo y esclavitud’ de Eric Williams, que un ‘Rosa-Cruz’ de Huiracocha”.

Hoy, cuando tiene 27 años de edad, se considera un lector en formación que, después de su proyecto como librero, no ve vuelta atrás más que leer y leer.

–¿Cuántos libros al año?

–Llevaba mi cuenta, eh, anotaba. En 2019 leí 15, por ejemplo.

Cuenta el Burrito que su primer vehículo de venta de libros fueron las redes sociales, que sigue utilizando. Promocionó en páginas locales y empezó a repartir publicaciones.

Pero se dio cuenta que le era necesario también un espacio físico y fue cuando decidió convertirse en el librero ambulante de los ebrios y trasnochados.

Después vinieron tiempos de pandemia, de contingencia, de auge de las redes sociales y la venta en línea, lo cual favoreció irónicamente a su proyecto.

También le tocó la ocurrencia del gobierno municipal de expulsar a la mayoría de vendedores ambulantes –y de paso a los pintores del Jardín de Arte Labastida y a los boleros históricos de la Plaza Central– del Zócalo, la Alameda de León y el andador turístico Macedonio Alcalá, los cuales se dispersaron y multiplicaron en calles adyacentes al mercado Benito Juárez, como Miguel Cabrera, Las Casas y 20 de Noviembre, e incluso Reforma y 5 de Mayo, frente a los suntuosos Museo de la Filatelia de la Fundación Alfredo Harp Helú y el hotel de la cadena Camino Real, el del inmueble del ex convento de  Santa Catalina de Siena.

Antes de ello, “me tocó una vez que los inspectores me quitaran mis libros. No sabía que hacían operativos nocturnos y aunque avisaron por WhatsApp los compañeros que vendían ahí sin permiso, no hice caso: me tumbaron todo, como dos cajas. Ese día lloré, pensé que había perdido toda mi inversión”.

Pero aplicó el viejo truco y fue con su mamá a la oficina de Vialidad y Ventas. Recuperó sus libros.

Entendió que no era tan fácil. No tenía capital para rentar un espacio físico. Si quería vender en la calle, necesitaba una comunidad de apoyo. 

Se acercó al Tianguis Cultural de la Plazuela del Carmen Alto, un colectivo originado en el 2006, el año del movimiento social que marcó a Oaxaca, y “afortunadamente me dan el espacio”, relata.

Alternó la venta en redes sociales y en la calle, en el espacio del Carmen Alto, que por caprichos del destino ha sido respetado no obstante la veda al comercio ambulante en el andador turístico.

–¿Por qué este proyecto y no el periodismo?

El Burrito ilustrado también escribe. Textos periodísticos, básicamente.

Vio en el periodismo una posibilidad de generar una crítica. Por eso ingresó a la FES Aragón. Y empezó a publicar desde el contexto de Ayotzinapa.

Comenzó a desarrollar trabajos relacionados con temáticas sociales y políticas. A partir de la guía de profesores muy específicos, se dio cuenta que podía escribir.

“No sé si la escritura la traiga como un talento, pero la inquietud siempre ha estado ahí. Quizá nació por la necesidad de escribir mis propias canciones. O por la oralidad, por escuchar hablar a mi abuela, que era masona, y me enseñó a declamar. O por las revistas ‘Muy Interesante’ que llevaba mi papá a la casa cuando era niño”.

Estuvo un tiempo trabajando en el sitio de noticias digital ‘Sin Embargo’, en la Ciudad de México, publicó en Oaxaca en medios locales y luego se alejó  del periodismo por aspectos que tuvieron que ver con su vida privada.

Marcó distancia también porque percibió que, “inmerso en esta aureola de ver en el periodismo la posibilidad de hacer visible lo que piensas y lo que sientes”,  había estado haciendo a un lado cuestiones más importantes de su vida.

Inició un repliegue: el pensamiento sobre lo que trataba de comunicar, cómo estaba narrándose a sí mismo y lo que realmente era en su  vida.

Volvió  a su casa. Comenzó a trabajar en varios empleos: de mesero, de animador de Telcel, en la biblioteca del IAGO.

“Después, de pronto, me quedo sin trabajo. Pero tengo libros, y los comienzo a vender por redes sociales y posteriormente en la calle, en el andador turístico, en la madrugada. Primero los tenía que trasladar desde la agencia Santa Rosa Panzacola, luego  veo la posibilidad de encontrar un espacio en el centro, un local para guardar y adaptarlo como una librería oculta, jugando con esta noción, pero también para ir generando opciones. Al final, empato la idea de la movilidad del diablito, mi ‘burrito’, con un burrito leyendo, y nace el nombre: Burrito Librería”.

Ésta no tiene ni un año, acaso nueve meses. “Jugando con la tecnología, las redes sociales, un espacio en la calle y otro donde guardar el material, es como he encontrado la fórmula que me ha dado una venta generosa, aunque tampoco soy el dueño de la Proveedora”, comenta con humor.

El Burrito ilustrado se encuentra instalado en un puesto armable del Tianguis Cultural de la Plazuela del Carmen Alto, ha dejado entreabierto el libro que está leyendo, ‘Los hermanos Karamázov’, de Fiódor Dostoievski,  atiende a un potencial cliente, un extranjero que divaga, después a una pareja de mediana edad que compra una edición de ‘El diario de Ana Frank’ y luego al escritor Enrique Arnaud Blum.

La charla con el librero discurre. Recapitulando, son cuatro los pasos que ha dado con su proyecto en estos años de prepandemia y pandemia: la venta en línea, el puesto callejero, la librería oculta y el puesto semifijo. 

Y ahora, como vislumbrando tiempos pospandémicos, vendrá – platica–, el ineludible no hay quinto malo: el paso a la librería establecida en un inmueble cuya fecha de inauguración  y la ubicación nos reservamos para no echarle la sal.

Después de 33 años en el oficio, me identifico como un informador, un periodista sin etiquetas. Concibo al periodismo como una vocación de servicio y responsabilidad social.