Lo que nadie quiso creer y sucede

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En el canto vigésimocuarto de su Ilíada y en el onceno de su Odisea, Homero relata el trágico destino de Casandra, princesa troyana a quien el dios Apolo concedió el don de vaticinar el futuro, al mismo tiempo que la condenó a que nadie creyera sus predicciones. Con el mito griego en perspectiva, Fernando Solana Olivares ha titulado su más reciente libro de ensayos Casandra se desvanece. Ensayos, fragmentos, astillas.

“Presagios cumplidos”, debiera añadir el autor al título de su libro, pues él mismo es un vaticinador de graves riesgos que están a punto de cumplirse o ya están en desarrollo y nos encaminan a un desastre de proporciones globales, más fácilmente calculables con el antecedente de la pandemia que comenzó en 2019, aunque casi todo mundo la asocie al año 2020.

No está de más observar que debemos, con respecto a tales pronósticos, prestar más atención que la concedida a Casandra por la ciudad de Troya: no ignoramos que los oídos sordos a los augurios precipitaron la caída de los troyanos (quienes, por cierto, paradójicamente son identificados con los virus cibernéticos, cuando Homero refiere que ellos fueron los infiltrados por fatales intrusos).

Esta lección cautelar nos recuerda Fernando Solana Olivares, escritor conocido en México y en el extranjero. Ha publicado cuatro novelas —La rueca y el paraíso, El tedio de Hermógenes, Parisgótica, Casa Medusa— así como varios libros de ensayo, entre los que se cuentan Jardín Conzatti, Cuarenta y nueve movimientos, Viernes, Buda y budismo, Los extraños reinos: Cervantes y Shakespeare, Este laberinto de cristal y Luna roja.

Aunque es un autor que escribe por ineludible necesidad expresiva, no se resiste a practicar un género que otros autores desairan o ejercen con incuria: el periodismo. Fernando Solana, al contrario, practica el periodismo con la misma perseverancia que aplica a su escritura creativa; así logra eludir la fulminante condena que Karl Kraus hizo del oficio al sentenciar: “Periodista: una persona sin ideas pero con capacidad para expresarlas; un escritor cuya habilidad mejora cuando le exigen horas de entrega: cuanto más tiempo tiene, peor escribe”.

Fernando Solana publica la columna semanal Elitismo para todos en el periódico Milenio. Desde ese espacio, en el cual se manifiesta cada viernes desde hace más de veinte años, Solana Olivares difunde una forma de exégesis casi olvidada en los diarios y revistas actuales: el examen riguroso, personal y comprometido de los sucesos cotidianos, a cuyo tratamiento expresivo aplica todas las exigencias del oficio literario.

El resultado, cada viernes, es un breve texto que puede asumir las formas de la crónica, el ensayo, el relato, el apólogo y aun la poesía, sin perder su calidad formativa, no pocas veces didáctica, siempre crítica y esclarecedora. El de Solana es un desempeño periodístico cada vez más raro, que no sólo busca informar y comentar con premura algún suceso, sino que se dirige a discutir cuestiones a fondo, a advertir lo que nadie desea escuchar y es urgente atender, como recomendaba George Orwell.

Gracias a su ejercicio periodístico y a su conocimiento del oficio literario, depurando sus textos del periódico y otros que surgen de sus indagaciones y experiencias personales, Fernando Solana Olivares ha compuesto tres títulos de ensayos que surgen de —pero no se limitan a— el ejercicio periodístico: Viernes, Luna roja y el más reciente, Casandra se desvanece. El título alude, desde luego, a la famosa vidente que figura en la Ilíada y la Odisea como trágico emblema de la presciencia.

En su nuevo libro, bajo el signo de aquella fatal previsora, Fernando Solana insiste en evocar las voces que nos advierten desde hace mucho (y casi en vano) de la condición terminal de nuestras sociedades, circunstancia que la presente pandemia ha evidenciado pero que, para sorpresa de quienes atendemos a sus señales, no parece cambiar la vocación autodestructiva de las masas humanas entregadas al capitalismo aniquilador.

Por ello, este libro de ensayos de Fernando Solana, como otros suyos, no se limita a retomar textos periodísticos. Comienza con un saludable ensayo extenso sobre la pandemia y sus consecuencias (Escolios desde la peste), y casi concluye con otra extensa crónica reflexiva sobre la tragedia de México en 1968 y los años subsiguientes (Piedra de sacrificios). En esta última rememora el holocausto en Tlatelolco que atestiguó cuando era un adolescente, a partir de lo cual analiza las consecuencias de aquel momento de rebeldía y represión extrema.

En medio de esas dos amplias observaciones ensayísticas, el autor distribuye cincuenta textos breves retomados de su columna Elitismo para todos, en los que pondera libros muy valiosos para afrontar los tiempos oscuros que atravesamos, cuando no evoca a pensadoras y pensadores fundamentales para entender esas y otras vicisitudes, o satiriza los absurdos sociales que la política errada y la seudo corrección política le permiten anatomizar.

También, de sus roces cotidianos con los absurdos de la sociedad, el autor obtiene y elucida lecciones de vida que nos recuerdan la importancia de emplear, en estos tiempos aciagos, tecnologías corporales que forman parte de una tradición secreta, no por milenaria menos eficaz.

En el breve espacio de esta reseña hay que renunciar al intento de sintetizar los temas que se despliegan en Casandra se desvanece, no sólo por la amplitud de las materias, sino por la complejidad que distingue al pensamiento de Solana Olivares en sus distintos exámenes de la realidad, el pensamiento y la escritura.

Así como sus páginas repasan enseñanzas de filósofos budistas, o de Alexandra David-Néel y Simone Weil, o de Walter Benjamin y Ludwig Wittgenstein, también nos ofrece relatos ejemplares sobre aberraciones históricas, como la propuesta para esculpir en París una Puerta del Infierno que el arquitecto Lequeu le hizo al tirano Robespierre. En ese intento de convocar fuerzas plutónicas por medio de un portal, Solana identifica la aparición de los aprendices de brujo que han traído al mundo la destrucción por medio de la tecnología puramente inorgánica.

No menos inquietante resulta leer en este libro poliforme y multánime que Wittgenstein y Hitler asistieron al mismo grupo en la secundaria, en Linz, de lo cual da testimonio una foto en que el autor halla prefigurados los destinos del ejemplar filósofo y el desaforado depredador: “en el extremo derecho del grupo sobresale un casi niño Adolf Hitler, a quien anticipa la sombra en la mirada, la tensa postura y el gesto rencoroso. En la fila de abajo, apenas a un lugar del futuro dictador, posa Ludwig Wittgenstein con serena naturalidad.”

La sustitución de un mundo conducido por diosas y mujeres para privilegiar sociedades subyugadas por la figura de un dios egocéntrico, misógino y autodestructivo, es uno de los problemas fundamentales que Fernando Solana discute en su libro, sin perder de vista la reacción misándrica, intolerante y castrante que, con perturbador aumento, se arroga el derecho de decidir lo permisible y lo prohibido en medio de una emergencia global que se agrava con el falso problema de la corrección política.

No puede faltar, en un libro casándrico, la evocación de Greta Thunberg, joven mensajera del ¡Indignaos! que, furiosa, se enfrentó y se enfrenta a los poderes inmoladores del mundo con una mirada furiosa, esa con que vale la pena cerrar este comentario sobre un libro desafiante y apremiante: “La mirada furiosa de Greta que viajó como una zumbante flecha hacia el blanco no hizo mella en el hombre de tez anaranjada y manos pequeñas. Aunque hay muchos mundos y están en éste. Una mirada letal puede tener serios efectos en el plano metafórico donde las cosas son alegorías, donde son y no son reales. La magia principia como un acto de profunda imaginación. Hay rabias purificadoras y legítimas. La de esta joven lideresa, igual que la de tantos, así lo es, pese a que el poder nihilista quiera descalificarla, diluirla”.

Advierte Hannah Arendt que las sociedades modernas eliminaron la distinción fundamental entre la labor “improductiva” y la productiva al privilegiar el trabajo manual que produce objetos por sobre la labor del intelecto (y del espíritu, cabría añadir) que produce memoria, valores intangibles y sabiduría imprescindibles. 

Precisa Arendt que “signo de todo laborar es que no deja nada tras sí, que el resultado de su esfuerzo se consume casi tan rápidamente como se gasta el esfuerzo. Y no obstante, dicho esfuerzo, a pesar de su futilidad, nace de un gran apremio y está motivado por su impulso mucho más poderoso que cualquier otro, ya que de él depende la propia vida”.

Fernando Solana nos ofrece en Casandra se desvanece, en cada uno de sus ensayos, fragmentos y astillas de escritura, la evidencia de una labor tan meticulosa como aparentemente fútil, guiada por la vocación de aportar valores intangibles en un tiempo en que la escritura es tomada como un trabajo que, si no rinde utilidad material, es prescindible.

Frente a los manuales de “autoayuda” que en nada ayudan, pero abruman librerías y supermercados, un libro complejo, exigente y desafiante como el de Solana parece una anomalía editorial. Su edición de contados ejemplares lo hace sumamente valioso en un mercado editorial que desperdicia ingentes cantidades de papel en publicaciones cuyo objetivo parece ser la destrucción gratuita de cientos de árboles. La belleza del volumen que porta el sello del Centro Universitario Lagos de la Universidad de Guadalajara, encuadernado en pasta dura y con obras del artista Alberto Aragón en la portada y los interiores, acrecienta la estima que este título fomenta.

Tener en las manos Casandra se desvanece da esperanzas en cuanto a la labor literaria actual. Nos informa que, pese a todo, el espíritu sopla donde quiere y fecunda las labores que dejan huella como sabiduría, como iluminación urgente en un mundo donde se apagan los destellos de una humanidad en colapso. El libro de Fernando Solana permite mantener, trémulas y vacilantes pero con intenso brillo, esas luces tan necesarias ahora que la oscuridad se cierra en torno a nuestra vida.

Escritor, promotor de arte y cronista aficionado de absurdos sociales.