El aislamiento en ciertas zonas de la República mexicana durante la década de 1970 favoreció anacrónicos intercambios culturales que ayudaron a fijar en mentes de finales del siglo XX, modelos de inicios de aquel siglo. Nada inusual en un país que nutrió su imaginario cotidiano con los productos del comic estadounidense desde 1930 hasta muy cerca del año 2000.

Hace 48 o 47 años, cuando yo era niño, la arcaica televisora oficial de Mérida programaba algunas series descontinuadas desde hacía muchos años en sus países de origen: Cisco Kid (1950), Topper (1953-55), Clutch Cargo (1959) y Supercar (1961). Junto con estos obsoletos títulos, el Canal 13 de Yucatán transmitía una serie de animación del King Features Syndicate titulada Beto el Recluta, que en realidad eran tres cortos episodios de dibujos animados: el del recluta titular, otro de Tapón López y Luisa, y al final, las historias de La Gata Loca e Ignacio el Ratón.

Krazy Kat, antes de convertirse en un tosco programa televisivo, tuvo un interesante desarrollo a principios del siglo XX como tira cómica e historieta en los diarios del magnate William Randolph Hearst (a quien Orson Welles retrataría con feroz entusiasmo y melancolía en su magistral Ciudadano Kane, de 1941).

George Herriman, caricaturista asignado a la página deportiva del diario Examiner, comenzó a dibujar en 1910 la violenta convivencia de un gato y un ratón en los espacios “huecos” de su tira cómica La familia Dingbat. Para 1912, al mandar de vacaciones a los Dingbat. Herriman llenó con las peripecias de Krazy Kat sus tiras, y para 1913 estableció una historieta autónoma con el título que hasta entonces le servía de relleno.

Krazy Kat marcó la historia del comic estadounidense, no por su popularidad, como en otros casos, sino por su extraño atractivo para un público minoritario que apreció sus aportaciones innovadoras y poéticas.

En apariencia, las historias de Krazy Kat son tan simples como las de muchos comics: Kat, felino de género indeterminado, se enamora de un ratón, Ignatz, cuyo único objetivo es arrojarle ladrillos a la cabeza. Para complicar esta extraña relación, el policía de la localidad es un perro a su vez enamorado de Kat, Ofissa Pupp, quien vive para proteger a Kat y encarcelar al violento ratón.

El dibujante Herriman mantuvo como condición de sus historias no determinar el género de su protagonista, Krazy Kat. Aprovechando la peculiaridad del idioma inglés que permite referirse a los animales indistintamente como “él”, “ella” o “ello”, nunca definió el sexo de Kat. Así, mucho antes de que comenzaran las discusiones sobre el lenguaje incluyente, Herriman creó un personaje que, en estos tiempos, tendríamos que llamar “Le Gate Loque”.

En la redacción del Examiner, ningún caricaturista ni periodista cuestionó a Herriman por su insólito personaje. Algunos inclusive lo alentaban a cultivar ese equívoco, que también subyace en otras creaciones de la época y en los dibujos animados de tres décadas más tarde. Krazy Kat, por cierto, tuvo desde 1916 sus propios cortos animados y llegaría a figurar en 231 de ellos hasta 1940.

El dueño del Examiner, Hearst, hombre conocido por su egolatría machista y su voracidad comercial, tampoco molestó a su empleado con exigencias definitorias. Antes bien, cuando la historieta redujo drásticamente su circulación a fines de la década de 1930, Hearst sorprendió a Herriman otorgándole un considerable sueldo fijo de por vida, en vez de disminuirle la paga como proponía el caricaturista. El magnate le daba trato especial a Herriman: cuando el artista falleció, Hearst ordenó que nadie lo sustituyese en la creación de la tira, a diferencia de lo que sucedía con otros comics. Por otra parte, de 1931 a 1940 los cortos animados de Krazy Kat estaban a cargo del estudio Charles Mintz, dibujados por Allen Rose y Manny Goulds, entre otros.

La violencia habitual de las historietas de Herriman quedaba compensada, para sus admiradores, por rasgos de gran delicadeza y encanto. Si bien el ratón Ignatz nunca perdió la costumbre de arrojarle ladrillos a Kat, le gate no perdía ocasión de darle besos a su amado, y en esas ocasiones el violento Ignatz quedaba transformado por el gesto amoroso.

Las tramas de Herriman en Krazy Kat podrían servir hoy para ilustrar la romantización de la violencia en las relaciones de pareja. Si estas creaciones dibujísticas tienen relevancia dentro de una concepción actual, es por la calidad del dibujo de su autor y por las aportaciones gráficas que introdujo en una época en que las historietas y tiras cómicas eran sumamente convencionales.

Herriman privilegió la amplitud del espacio en sus dibujos. En vez de reducirse a los cuadros o chatos rectángulos habituales, experimentaba con toda clase de enmarcados inscritos dentro de panorámicas en las que desdeñaba escenarios convencionales para reproducir los grandiosos paisajes del Valle de los Monumentos y del condado de Coconino, en el desierto de Arizona. Sus personajes, inscritos en un ambiente popular urbano, se recortaban de pronto sobre magníficas vistas de aquel montañoso desierto.

El lenguaje vernáculo era otra asimilación que Herriman practicó en sus historietas. Krazy Kat y sus demás personajes se comunicaba mediante el caló y los giros populares de comunidades marginadas, como la afromericana. Fascinado por los paisajes desérticos que visitaba, Herriman añadió a esos giros lingüísticos el idioma navajo y el español del norte de México, a donde también acudía en busca de escenarios grandiosos.

El propio dibujante parece haber tenido problemas de identidad. Aunque sus padres fueron mulatos, Herriman se presentaba como “blanco”. Era conocida su costumbre de ocultar su cabello rizado con sombreros. Cuando el autor murió, Mabel, su hija sobreviviente, escribió en el reporte de defunción que el artista había nacido en París y que su madre era de la región europea de Alsacia-Lorena.

Herriman, sin embargo, había nacido en Nueva Orleáns en 1880. Hizo su carrera como caricaturista en Nueva York, después en California. Se casó y tuvo dos hijas, pero su esposa Mabel murió en un accidente automovilístico en 1931; su hija Bárbara, quien padecía epilepsia, murió en 1939. Herriman vivió sus 24 años finales sin volver a casarse, dedicado a atender a sus muchos gatos y perros. Era vegetariano, tenía fama de practicar una discreta aunque amplia generosidad. Al fallecer en 1944, pidió que anotaran “caucásico” en su certificado de defunción. Así lo registraron.

Algunos de los mejores cultivadores del género consideraron las técnicas de Herriman como una gran influencia: Will Eisner (autor de The Spirit), Charles M. Schultz (creador de Snoopy y Carlitos), Robert Crumb, gran caricaturista sicodélico, Bill Watterson (famoso por sus personajes Calvin y Hobbes), y aun Art Spiegelman, ahora polémico autor de Maus.

En 1946, el primer libro dedicado a las historietas de George Herriman llevó un prólogo del poeta e. e. cummings, lo cual señala el respeto que alcanzó la obra del dibujante en un tiempo en que ningún autor “serio” se ocupaba de comentar tiras cómicas. Sin embargo, desde 1922 el crítico de arte Gilbert Seldes había llamado la atención sobre el valor artístico de Krazy Kat, en un amplio elogio publicado en Vanity Fair: “las tiras cómicas comunes y ordinarias de los diarios son obras artísticas que, si tuviéramos el talento de percibirlas, nos darían más placer estético y satisfacción intelectual (según estimaciones llanas, sin consultar autoridades) que el noventa por ciento de las novelas, cuentos, dramas, comedias musicales, películas, pinturas al óleo, ensayos literarios y documentos políticos nativos de este país”. https://modernistreviewcouk.wordpress.com/2019/04/30/the-critic-and-the-kat-what-did-gilbert-seldes-see-in-the-comics/#_ftn4

El primer párrafo de ese ensayo que Seldes reprodujo en su libro de 1924 Las siete artes vivaces, no dejaba lugar a dudas sobre su admiración por la historieta de Herriman:

“Lo correcto a decir sobre Krazy Kat es cuán maravilloso es que una criatura deliciosamente fantástica habite en la vulgar tira cómica. El Sr. Herriman es demasado inteligente para pensarlo, pero sólo él podría expresarlo, en el lenguaje propio de Krazy, con apropiada ironía floral. Krazy Kat es, con certeza, de una calidad diferente a la de otros comics, pero lo es sin menoscabo, y la percepción, la conciencia de que una distintiva obra de arte ha sido creada en el medio, es de pensarse.”

Para 1962 (Herriman había fallecido 18 años atrás), King Features Syndicate relanzó en dibujos animados a Krazy Kat y su amado Ignatz, dentro de la serie Beto el Recluta. La poética cualidad de las historietas apenas asomaba en los cortos, que a diferencia de los antiguos films de 1916 a 1940, dependían más del sonido que de la imagen. Si bien eran a colores, a mí me tocó contemplarlos en el blanco y negro de la televisión familiar, con el doblaje castellano que enfatizaba el título “La Gata Loca”, para erradicar cualquier duda sobre el género de Kat. Por entonces la dictadura de Francisco Franco oprimía a España y ninguna alusión a diversidad de género era tolerada.

Krazy Kat se enmarca dentro de la suma de 112 años de experiencias en torno a la diversidad de género. Para alguien será un convencional testimonio sobre la violencia ejercida por motivos de género (por motivos machistas, claro). Para alguien más, esa historieta motivará inesperadas reflexiones sobre el género y la identidad en una época en que tales temas no se planteaban. Y para otras personas, será el hallazgo de que en una época totalmente avasallada por el sistema patriarcal, un autor se empeñó durante 34 años en crear una obra de arte que desafió convenciones de género, introdujo poesía y creatividad a un medio constreñido por lo mercantil, e indicó nuevos rumbos a valiosos cultivadores de un arte desdeñado.

Escritor, promotor de arte y cronista aficionado de absurdos sociales.