Gentrificación: el Centro Histórico, una fiesta turística que desplaza a la población oaxaqueña

Fotografía: Carmen Pacheco

A menos de 30 metros de la cama de María, hay una alberca que funciona desde las 2 de la mañana hasta las 8 de la noche. No es  enorme, pero genera ruido todo el día porque está dentro de un hostal, justo al lado de su casa, ubicada en el Centro Histórico de esta capital. Por las noches,  los huéspedes del establecimiento se la pasan en la fiesta. Imaginen a 25 gringos en la azotea del lugar que, ya borrachos, se pasan al otro lado, a la azotea de la casa de María, a coger.

Esto que podría parecer el efecto del ambiente de una zona turística en Oaxaca,  una ciudad con una dinámica económica que beneficia principalmente al sector empresarial, es parte de una transformación urbana llamada gentrificación, que María, como muchos otros vecinos del centro, comienza a padecer. 

Se trata, según especialistas, de una renovación selectiva de los espacios sobre todo en zonas de valor patrimonial impulsadas por la industria turística e inmobiliaria y promovidas por el mismo gobierno del estado. Hay un cambio en los regímenes de tenencia de propiedad o alquiler que va generando  un desplazamiento forzado de los habitantes del barrio  a las zonas periféricas. A su vez, estos espacios son ocupados por gente de alto poder adquisitivo.

Esto comenzó  a ser visible en Oaxaca a partir de las distintas iniciativas de promoción del turismo promovidas por el gobierno estatal, muchas casonas del Centro Histórico y barrios como Jalatlaco y  Xochimilco mutaron de usos domésticos o residenciales a turísticos, llegaron hoteles-boutique, restaurantes, cafeterías y tiendas de arte transformando gradualmente las áreas en un enclave turístico. El impacto ya es visible dentro de la población local.

Antes, dice María, para solicitar un cambio de uso de suelo o tener un negocio en el Centro Histórico: una boutique, una cafetería, un bar, un hostal,  tenías que solicitar un permiso a través de una Casa de Anuencia, consultar a los vecinos y firmar un acuerdo de convivencia, porque la zona tiene un uso de suelo doméstico. 

Hace años cerraron una cafetería-bar en la calle de Morelos por el ruido que producía. Los vecinos dijeron que no tenía permiso y tuvo que cerrar. Y ahora, estos negocios que tendrían que seguir ese trámite, pedir una anuencia y acordar la convivencia, no lo están haciendo. Hoy todo eso parece haber rebasado a la misma autoridad. 

“De lo que yo me estoy dando cuenta es que  en el trienio pasado, el Cabildo o las direcciones autorizaron licencias de corte de árboles, de venta de bebidas alcohólicas, de salón de fiestas y alberca. Y ahora, (en su caso) presumen tener licencias y no hay manera de callarlos.  Al contrario, después de mi queja, parece que quieren desquitarse y ahora le suben a todo el volumen a su música”.  

Para María, al principio lo más fácil fue poner una barrera en la azotea con cubetas y piedras con un letrero de “No pasar”. Y no hay bronca, el asunto es que en la casa donde vive, su tatarabuelo fundó una escuela de música y por la estructura y acústica todos los sonidos se propagan más. Pero lo que relata no solo es una queja por el ruido, sino también porque sostener su hogar en el barrio de sus abuelos, donde vivieron sus padres, le está costando cada vez más.

Por la ubicación de su casa, es posible que sea un inmueble catalogado, pero ni siquiera conoce las características que el INAH considera para hacer el dictamen. Lo único que sabe es que le ha costado mucho restaurar y obtener el permiso de esa institución y que los cambios provocados por estas transformaciones en la ciudad están mermando la calidad de vida de los habitantes y, en sentido contrario, muestran un giro a beneficio del sector empresarial, que ha valorizado sus viviendas y mejorado el equipamiento urbano con grandes inversiones, al tiempo que en los barrios del Centro Histórico  se asoma un descontento entre los vecinos, quienes incluso ya están viviendo amenazas de desalojo en sus viviendas.

La antropóloga social Olga Montes observa que lo que está pasando en el Centro Histórico de la ciudad es que se está convirtiendo en un Centro Museo, donde de día hay gente y de noche está vacío. Y eso va generando problemas de inseguridad, además del desplazamiento de la población que originalmente vivía ahí a otras zonas, debido a que muchos espacios se han vuelto locales comerciales y eso ha encarecido las rentas y los servicios.

“Se ha pensado más en el turismo que en la gente de Oaxaca», sostiene la académica. Eso podría estar más claro si observamos los indicadores de la actividad turística de la Secretaría de Turismo en el estado, que para la capital reportó en 2021, una derrama económica de 2 mil 826 millones de pesos, pero sin precisar el impacto de esa cantidad para la población.

La política del gobierno municipal y estatal, concluye Olga Montes, ha sido favorecer las condiciones para convertir a Jalatlaco, por ejemplo, en el Coyoacán de Oaxaca, aunque esto signifique expulsar a la gente que no puede pagar. Es una política que evidentemente no beneficia a las oaxaqueñas y oaxaqueños, porque los sueldos que se ganan en este sector son sueldos de hambre, sobre todo en  comparación con los ingresos de los promotores de “la cultura oaxaqueña”, que son los dueños de los hoteles y restaurantes donde se queda la gran ganancia”.

*El nombre de la protagonista de esta historia fue cambiado por motivos de seguridad.

Escribe sobre Pueblos originarios, Mujeres, Cultura, Migración y Medio Ambiente.