—¡Ah! ¡Qué hermosa muerte la de aquel marino! —exclamó el capitán Nemo—. ¡No hay tumba más tranquila que esta tumba de coral, y Dios quiera que ella sea la de mis compañeros y la mía!

Julio Verne, Veinte mil leguas de viaje submarino

Doscientos veinte hombres se embarcaron junto con el capitán de navío Jean-François de Galaup, conde de La Pérouse, y el capitán Paul Fleuriot de Langle, cuando ambos fueron enviados a explorar el Pacífico sur, en 1785, comandando las corbetas La Boussole y L’Astrolabe (La Brújula y El Astrolabio). El rey Luis XVI de Francia consideró que era el momento de sumar su reino a las brillantes expediciones exploradoras que Inglaterra encabezaba en la parte aún inexplorada del Pacífico.

Además de marineros, entre los más de dos centenares de navegantes que se enlistaron con La Pérouse y Fleuriot iban tres naturalistas, un astrónomo, un matemático, un médico y tres dibujantes, además de cuatro o cinco sacerdotes con interés en las ciencias.

Atendiendo los consejos de su ministro de marina, el rey Luis esperaba superar las hazañas del capitán James Cook en aquel océano. Dotó a las corbetas (navíos de guerra ligeros, a tres velas) con los máximos adelantos tecnológicos de la época, y las abasteció con bastimentos para un viaje de tres años.

En la primera etapa los barcos llegaron a Alaska, donde La Pérouse acopió un cargamento de pieles. Luego pasó a las Californias. Ningún francés había puesto pie en ese territorio. La Pérouse —tras de visitar las fortalezas-presidio de San Francisco y Monterrey— escribió un informe para censurar el trato que los franciscanos daban a los indígenas.

Cien días después, La Brújula y El Astrolabio atracaron en Macao, donde el conde vendió las pieles y repartió las ganancias entre su tripulación, con notable generosidad. De allí, La Pérouse enfiló sus naves a Manila, y luego a Corea. En esa ruta descubrió la isla Moneron.

Para septiembre de 1787 la expedición francesa alcanzó la península de Kamchatka, en Rusia. El conde hizo un alto para dar descanso a sus marinos, esperando instrucciones del rey. Le llevó las órdenes el vicecónsul Jean-Baptiste-Barthélemy de Lesseps (tío del futuro constructor del canal de Suez). A La Pérouse se le indicó indagar qué hacían los ingleses en Nueva Gales del Sur, Australia.

En el trayecto, un accidente mató a 21 marineros de La Brújula. Luego, al hacer escala en Samoa, los buques fueron atacados por nativos. En El Astrolabio, el capitán Fleuriot de Langle, un científico y otros diez tripulantes perdieron la vida. Veinte marinos más salieron con lesiones del combate. La Pérouse, pese a todo, logró conducir su expedición hasta llegar a la bahía de Botany, en Australia, a fines de enero de 1788.

La llegada del navío francés ocurrió cuando las primeras flotas procedentes de Inglaterra descargaban a los convictos que poblarían Sidney hasta convertirla en ciudad, y que se extenderían por el resto de Australia. Por ello, las autoridades inglesas recibieron con gran amabilidad a La Pérouse. El conde, cumpliendo sus secretas órdenes de vigilancia, informó que los ingleses estaban trasladando a sus “colonos” de la bahía de Botany a la cala de Sidney.

El conde La Pérouse estacionó sus naves en Botany para que sus veinte heridos reposaran. Lo mismo hizo el resto de la tripulación. Los científicos y artistas aprovecharon el alto para hacer observaciones astronómicas y recolectar minerales, así como muestras de plantas y de fauna. Entregaron estas colecciones al mercante inglés Alexander para su traslado a Europa.

Cuando las tripulaciones de La Brújula y El Astrolabio acumularon suficiente agua dulce para continuar viaje, su comandante anunció la ruta que seguirían antes de retornar a Francia. Ambas naves debían recorrer Nueva Caledonia, los archipiélagos de Santa Cruz y Salomón, hasta el de las Luisiadas en Papúa-Nueva Guinea. De allí, las corbetas volverían a Francia.

El 10 de marzo de 1788, los reos ingleses y algunos indígenas residentes en la bahía de Botany fueron los últimos en ver a los dos ligeros buques alejándose hacia los confines del Pacífico. Mucho después se supo que un tifón arrojó ambos barcos contra un arrecife de coral en junio de 1788, en el límite de los archipiélagos Salomón y Santa Cruz. La Brújula fue el primer navío en hundirse y no tardó en seguirle El Astrolabio. La mayoría de los tripulantes perecieron. Sin embargo, algunos marinos lograron salvarse y alcanzar la cercana isla de Vaníkoro, en el archipiélago de Santa Cruz.

Aunque al parecer los sobrevivientes de la expedición intentaron llamar la atención de barcos europeos mediante fogatas, no consiguieron que los rescataran. Se sabe que en noviembre de 1790 la fragata Pandora de la Armada inglesa, mientras se dirigía a capturar a los famosos amotinados de la Bounty, avistó señales de humo en Vaníkoro, pero no se detuvo a investigar.

En Francia, el rey Luis XVI seguía esperando noticias de La Brújula y El Astrolabio. Al monarca lo sorprendió el asalto a las Tullerías en 1789. Aun cuando fue apresado por los revolucionarios poco después, siguió pidiendo hasta 1791 a la Asamblea que enviase una misión de rescate. Ésta le fue confiada al almirante Antoine Bruni d’Entrecasteux, quien siguió la ruta de La Pérouse. En 1793 Entrecasteux pasó ante Vaníkoro sin detenerse, aunque denominó el punto como Isla de la Recherche (de la Búsqueda). La misión no pudo hallar rastros de La Brújula ni de El Astrolabio. Se cree que en ese momento aún sobrevivían allí dos marinos de La Pérouse.

Ese año de 1793, mientras Entrecasteux llegaba a Australia, Luis XVI tuvo que someterse a la guillotina de los revolucionarios (la mayoría de los cuales no tardarían en sufrir violentos fines). Al salir de la prisión para conducir al cadalso a su antiguo soberano, los guardias lo escucharon referirse, no a su infortunio, sino al del explorador: “¿Tenemos noticias del señor de La Pérouse?”, dijo el prisionero antes de subir a la carreta fatal.

Con la caída de los ejecutores de Luis XVI, Napoleón Bonaparte no tardó en encaramarse al poder en Francia. A sus 16 años de edad, el corso había pedido un puesto (que no obtuvo) en la expedición de La Pérouse. Después, durante los años que el emperador mantuvo en guerra a su país, de 1804 a 1815, todos olvidaron a la infortunada expedición. Napoleón también cayó, volvió a hacerse fugazmente con el poder y terminó sus días en la isla de Santa Elena en 1821.

La suerte de La Pérouse, sus hombres y embarcaciones siguió sin conocerse hasta 1826. Al atracar su mercante en una isla del archipiélago de Santa Cruz, el irlandés Peter Dillon vio que los nativos portaban espadas francesas, a juzgar por las inscripciones. Una de las armas era de plata. Admirado, pues en aquella zona sólo circulaban manufacturas locales o inglesas, el capitán indagó de dónde procedían las espadas. Los nativos le dijeron que las habían obtenido intercambiando objetos con habitantes de la cercana Vaníkoro.

Dillon quiso llegar a esa isla pero el clima lo obligó a seguir viaje por otro rumbo. No olvidó el misterio de las espadas, con todo, e insistió ante sus jefes de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales para que le dejaran conducir una embarcación a Vaníkoro. Ahí llegó en septiembre de 1827 para interrogar con la ayuda de un traductor a los nativos. Le contaron que dos naves fueron destrozadas por los arrecifes, que los náufragos habían permanecido en la isla hasta que construyeron un bote y partieron todos, menos dos que murieron en tierra.

Había rastros de los náufragos que Dillon recolectó. Después de ver hendiduras de hachas europeas en ciertos sitios, se ocupó de localizar los lugares donde los navíos encallaron. Compró a los indígenas cuanto objeto le pareció que pertenecía a los infortunados viajeros y los llevó a París. El vicecónsul De Lesseps acudió a ver los objetos. Al examinarlos, dijo que sin duda provenían de La Brújula o de El Astrolabio.

Julio Verne aprovechó las noticias de Dillon para recrear los hallazgos del irlandés en su novela Veinte mil leguas de viaje submarino:

Allí pudo recoger numerosos restos del naufragio, utensilios de hierro, áncoras, estrobos de poleas, cañones, un obús del dieciocho, restos de instrumentos de astronomía, un trozo del coronamiento y una campana de bronce con la inscripción: «Bazin me hizo», marca de la fundición del arsenal de Brest hacia 1785.

En 1818, el diario The Madras Courier publicó la historia del náufrago hindú Shaik Jamaul, quien al recalar en las islas Murray, al norte de Australia, notó que los indígenas portaban algunas armas “diferentes de las inglesas”. Además, le mostraron un reloj de oro y una brújula. Preguntando a los isleños sobre esos objetos, Jamaul averiguó que treinta años antes unos náufragos habían llevado consigo los artefactos, después de que su barco se hundió en una isla cercana. Los indígenas los mataron a todos, excepto a un muchacho al que permitieron quedarse en la isla. Para el momento en que el hindú vio las armas e instrumentos, el jovencito ya no vivía.

La historia de Shaik Jamaul quedó olvidada hasta el año 2017 cuando Garrick Hitchcock, antropólogo de la Australian National University, leyó el relato y lo relacionó con los náufragos de La Brújula y El Astrolabio. Así, aumenta la certeza de que los sobrevivientes de la infortunada expedición acabaron sus días en aquellas comarcas.

En 1826, Jules Dumont d’Urville se lanzó a dar la vuelta al mundo en la corbeta Astrolabio (bautizada así en honor a la nave de La Pérouse). Famoso por haber llevado a Francia la estatua de la Venus de Milo, Dumont d’Urville siguió la ruta del conde y su tripulación desaparecidos. Llegó en 1827 a Vaníkoro. Allí extrajo de los arrecifes un ancla y cañón; además, halló restos de botes salvavidas. El capitán del nuevo Astrolabio hizo construir un cenotafio a la memoria de sus compatriotas en Vaníkoro. Continuó su viaje hasta retornar a París, donde sorprendió a los franceses con sus numerosas muestras y anotaciones científicas, que incluían los pecios de La Brújula y El Astrolabio original.

Pese a sus contribuciones a la marina francesa, Dumont d’Urville cayó en desgracia ante los inestables gobiernos post napoleónicos. Pasó siete años en comisiones baladíes, de 1830 a 1837, hasta que consiguió ser asignado en nueva misión: con su Astrolabio, exploraría la ruta hacia el Polo Sur. En 1838 y 1840 llegó a la Antártida. En esos viajes conoció al comandante inglés John Franklin, quien años después, en 1846, desaparecería en el ártico junto con los 129 tripulantes de sus naves Erebus y Terror. Dumont d’Urville, muy enfermo, se estableció al fin en Francia con su esposa e hijos. No pudo disfrutarlos mucho, porque falleció en el primer accidente ferroviario de la historia de Francia, en 1842. Iba en el tren de Versalles a París, que se volcó en Meudon; al estrellarse con la locomotora, los vagones de pasajeros se incendiaron. Las puertas iban selladas con cerrojos desde afuera. Sin poder salir de esa trampa, Dumont d’Urville pereció junto con su esposa.

En 1869 Julio Verne aprovechó la historia de La Pérouse para uno de los capítulos más emotivos de Veinte mil leguas de viaje submarino. En ese fragmento, Verne urdió que su antihéroe, el capitán Nemo, había resuelto el enigma de la expedición:

—El Boussole, que iba delante, tocó en la costa meridional. El Astrolabe, que acudió en su ayuda, encalló también. El primero quedó destruido casi inmediatamente. El segundo, encallado a sotavento, resistió algunos días. Los indígenas dieron una buena acogida a los náufragos. Éstos se instalaron en la isla y construyeron un barco más pequeño con los restos de los dos grandes. Algunos marineros se quedaron voluntariamente en Vaníkoro. Los otros, debilitados y enfermos, partieron con La Pérouse hacia las islas Salomón, para perecer allí en la costa occidental de la isla principal del archipiélago, entre los cabos Decepción y Satisfacción.

—¿Cómo lo sabe usted? le pregunté.

—Encontré esto en el lugar del último naufragio.

El capitán Nemo me mostró una caja de hojalata sellada con las armas de Francia y toda roñosa por la corrosión del agua marina. La abrió y vi un rollo de papeles amarillentos, pero aún legibles. Eran las instrucciones del ministro de la Marina al comandante La Pérousse, con anotaciones al margen hechas personalmente por Luis XVI.

La auténtica exploración submarina, a partir de 1964, ha rescatado otros restos de La Brújula. Reece Discombe, al mando de una expedición francesa, extrajo varios objetos del fondo del mar: los principales, la campana de La Brújula, un cañón y un cuadrante. En 2005 otras investigaciones submarinas lograron el rescate de miles de objetos, entre ellos un sextante con la inscripción Le Mercier, registrado en el inventario del buque. En tierra, la búsqueda arqueológica descubrió rastros de un asentamiento de náufragos del siglo XVII, llamado ahora El Campamento de los Franceses.

En 2007 otros buzos hallaron dentro del barco hundido un cráneo y algunos huesos. Se examinaron esos restos para saber si eran de La Pérouse, pero resultó que eran de un hombre de no más de 35 años. El comandante de La Brújula tenía 47 años al hundirse su nave. Así, continúa siendo un misterio el destino final de Jean-François de Galaup, conde de La Pérouse.

Escritor, promotor de arte y cronista aficionado de absurdos sociales.

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