Y el público volvió nacional a La bande-son-imaginaire

Óscar Tanat
Óscar Tanat en el corredor turístico oaxaqueño. Foto: Oaxaca Media

Unos 40 chavos y chavas portan vestimenta negra de terciopelo, botas de plataforma y charol, maquillaje blanco en la cara, uñas negras, estoperoles y gabardinas. Están congregados en el jardín Antonia Labastida del centro de la ciudad de Oaxaca a propósito de una convocatoria lanzada desde Radio Universidad. Como siempre, llega la policía para intimidarlos, darles a entender que no son gratos ahí. Es el año 2003, la contracultura, la banda marginal, la periferia de la urbe, choca con la imagen turística, con la Alta Cultura, con la decencia citadina, con lo políticamente correcto.

Los góticos, los punk, los dark, las tribus urbanas “eran súper marginales”. Si se juntaban cinco jóvenes para cotorrear en el jardín Conzatti, otro espacio público céntrico, la discriminación era peor: aun cuando no estuvieran bebiendo ni fumando, los vecinos llamaban a los polis y tenían que retirarse porque “eran sospechosos”.

En uno de los festivales oscuros realizados por ese tiempo, Óscar Tanat, creador de La bande-son-imaginaire, organizó un falso funeral, rentó un ataúd forrado de satín blanco, de esos que son para el tamañó de bebé, y unos 40 góticos marcharon cargando la caja por el andador turístico y otras calles hasta llegar a la Casa de la Cultura Oaxaqueña ante una sociedad escandalizada.

Este músico oaxaqueño es de San Martín Mexicapan, un barrio marginal, pesado, de la capital del estado, de la zona donde estaban todos los cholos, creció rodeado de ellos, pero sin identificarse con la música que escuchaban y su estilo de vida. Era solitario, “no sé qué diablos me llevó a la oscuridad, mi espíritu siempre ha sido así, me gustaba dormir vestido de negro, con veladoras arriba y las manos cruzadas, como si estuviera muerto”. Le producía placer cruzar el corredor turístico vestido de negro porque sabía que a la gente le incomodaba.

A la contracultura, a las tribus urbanas oaxaqueñas, cuenta, siempre les han faltado los espacios. Y los que llegan a tener, se los quitan, como ocurrió con el  Museo del Ferrocarril —hoy Museo Infantil de Oaxaca (MIO), un proyecto de la Fundación Alfredo Harp Helú—. “Cuando estaba Yadira Rodríguez como directora de ese espacio, llegaban punk, dark, teatreros, banda gay, todos, una confluencia extraordinaria, y le decían: ‘oye, quiero hacer algo’,  y ella siempre respondía que sí: no había este rollo del papel, del oficio, sino un trato humano. Ese Museo era elemental para la juventud, para la contracultura, para las tribus urbanas. Hoy  ese tipo de sitios no existen, dónde están los clubes de música subterránea o alternativa, ahora, todo en Oaxaca son mezcalerías. Antes, el folclor nos reprochaba la diferencia, en la actualidad, el folclor se volvió moda y nos devora, es un monstruo gigantesco que ya no te saca a la fuerza, sino por cuestiones económicas”.

Da la impresión de que las tribus urbanas están desapareciendo, pues aunque, por ejemplo, “la escena gótica es más grande porque Oaxaca ahorita es más abierto, quizá debido a que hace tanto calor, los chavos nada más se visten de negro para los eventos, pero es raro verlos cotidianamente, andan de civiles escondidos en la calle”.

Por si fuera poco, a nivel nacional, incluso en el ámbito de la contracultura, Oaxaca siempre ha estado marginado. “En un encuentro de música oscura en Puebla, todo el mundo me decía que si existían aquí góticos, darketos, punk.  Como que hay tribus urbanas oficiales, y normalmente son las de la capital del país, y las de ‘provincia’ qué”.

Pero resulta que La bande-son-imaginaire —integrada hoy por Óscar y Heri Ángelo Tanat y por el violinista Ramsés, de la ciudad de México— “es actualmente una banda nacional”, lo cual  lo ha “ganado a pulso, y no por hacer el proyecto en la Ciudad de México”, y ha andado de gira en Cuernavaca, Tijuana, Mexicali, Querétaro y este sábado  20 de agosto en Guadalajara,  y próximamente en Monterrey, Puebla, Guanajuato, San Luis Potosí y la CDMX.

—¿Cómo fue el inicio de La bande?

—Todo empezó en el año 2003, cuando se juntó la banda underground de Oaxaca, en tiempos que no había ni YouTube ni Facebook, como respuesta a una convocatoria en Radio Universidad de la UABJO  para reunirse en el jardín Antonia Labastida. Y fuimos.

Se generó una comunidad a la que le gustaba el metal y la música alternativa, que en ese entonces prácticamente no estaba presente en el ámbito cultural oaxaqueño: era pequeñita. Relata: surge la inquietud de hacer una banda. Tenía 19 años. Propuse  el Primer Festival de Arte Gótico en la ciudad de Oaxaca, que duró cuatro días. Pasamos películas en el cineclub El Pochote, hubo actividades en la Facultad de Bellas Artes, la Casa de la Cultura Oaxaqueña y la Casa de los Teatros. Y fundé un grupo para participar y con el que posteriormente grabamos un disco de una música extrañísima, rarísima. Después, la agrupación se disolvió.

Tras vivir en la Ciudad de México y estudiar teatro un rato, Óscar Tanat regresa a Oaxaca, se mete de lleno a la poesía, es parte del movimiento Poscorrientista.  Trabaja en la revista Jolgorio Cultural, ahorra lo que ganaba ahí, crea un estudio en su casa, jala a su hermano menor y pianista Heri, y empiezan a jugar. Había guardado su amor por el violín, en algún evento gótico  ve tocar al  Violinista Oscuro, quien se integra con ellos. Forman un terceto, crean el proyecto “En el cabaret del horror”.  Grosso modo, así nació La bande, aunque, claro, tiene que ver con una historia cultural larga, que no se dio por generación espontánea, sino  por un proceso, cosas que sucedieron en Oaxaca.

—¿Cuándo empezó a consolidarse la agrupación?

— Recientemente, pero no creo que estemos consolidados. Digamos que el año que nos ha reportado más proyección es el 2021. Todo cerró, los conciertos fueron cancelados. De por sí, nosostros no tocábamos mucho, nuestros medios elementales eran Facebook, Youtube, las artes audiovisuales, los videos. Y como la gente se metió a internet. Hicimos un live y fue un éxito. Y una vez que se abrió la posibilidad de hacer conciertos, programamos seis o siete fechas y todas fueron lleno total.

—¿Qué pasó ahí?

—La gente nos conoció, creo que por el ocio de estar en línea. Muchos grupos se detuvieron, nosotros no, nosotros aprovechamos la inflexión de la pandemia para darnos a conocer porque nos movíamos principalmente en línea. Al parecer, la gente tenía ganas de vernos en un show en vivo, y sucedió, les gustó y convocaron a sus amigos, y estos a su amigos y así. Todo empezó a crecer. Otro punto de inflexión fue cuando nos invitaron a abrir el concierto de Hocico en el foro Plaza Condesa.

—¿Cómo los contactaron?

—Nos vieron  en redes, nunca nos habían visto tocar. Normalmente, lo que se hacía antes era buscar espacios, tocar puertas con la esperanza de que te vieran. Con nosotros no sucedió así, nos saltamos todos los pequeños bares. El único espacio que nos dio lugar aquí fue La Nueva Babel. A la ciudad de México llegamos a foros más o menos medianos y después a otros de bandas más importantes.

—Como que en Oaxaca a La bande no se le reconoce…

—Oaxaca ha pecado de chovinismo, mucho de lo propio y que se mantenga inamovible, por eso hay un comité de autenticidad  [el de la Guelaguetza]. De por sí el nombre suena a parodia, podría ser una obra de teatro. Los oaxaqueños tienen la presión de gustarle a los oaxaqueños a través de la autenticidad, y nosotros nos desmarcamos de eso en el sentido de que si bien somos oaxaqueños y el proyecto tiene muchas cosas que son plenamente oaxaqueñas, lo que pretendemos es ya no un diálogo con la nación, sino con el mundo. Tampoco queríamos ser una imitación de lo europeo para que nos adoraran en Oaxaca porque somos malinchistas.

“El proyecto se vuelve nacional, siendo de ‘provincia’, oaxaqueño. Y en el momento que se convierte en uno de los más importantes de la escena oscura, hay quienes dicen: ‘no tiene sentido’… para muchos somos un sinsentido, una excepción, una cosa surrealista, algo que no es cierto, que no puede surgir, hay incluso quienes nos han preguntado, ¿y si son oaxaqueños, o eso es marketing?”

Si como banda “naces en la CDMX y tocas ahí, ya eres banda nacional, pero si eres de ‘provincia’, no”. La bande rompió ese estigma. “Trabajamos muchísimo para lograrlo e implica la satisfacción que lo hemos hecho al margen de todas las instituciones, no somos becarios Fonca, para nosotros lo importante es el arte, yo no voy escribir: ‘La bande metió un proyecto al Fonca haber si le dan la beca y graba un disquito. No, el arte no está ahí, el verdadero arte es el que está fuera de las instituciones”.

Mucha culpa de esto la tiene Carlos Salinas de Gortari, indica. Creó el Fonca, y una vez que el Estado determina qué proyecto recibe dinero, lo oficializa y provoca que el artista se vuelva vicioso.  A La bande la sostiene el que paga su boleto, nos construimos una base de espectadores que nos sostienen, y eso es lo que nos ha vuelto nacionales: quien nos volvió una banda nacional es el público.

—¿Incluyendo al público oaxaqueño?

—Qué sucede en Oaxaca. Es un fenómeno muy complejo. Por un lado, está el comité de autenticidad que dice cómo es posible que hagan eso, con nuestras tradiciones, las desvirtúan. Pero la tradición que no se mueve está muerta. Creo que nosotros, —voy a sonar muy pretencioso—, estamos siendo parte de una renovación de la tradición, de llevarla más lejos. En Oaxaca dicen que no somos músicos, porque los músicos estudiaron en la región de la Sierra desde los cinco años, tocan un instrumento y leen nota, son académicos a su modo y tienen todo. Y de nosotros señalan: esos güeyes no, no son músicos, son teatreros, como si ser teatrero fuera inferior, además. Y los teatreros dicen que somos músicos.

“Siempre el oaxaqueño encuentra una forma de criticar al otro, en lugar celebrar, busca el punto débil para disminuir, y pica”.

Después de 33 años en el oficio, me identifico como un informador, un periodista sin etiquetas. Concibo al periodismo como una vocación de servicio y responsabilidad social.

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