El hombre que no sería rey

REY

Edward, príncipe de Gales, sacudió la cabeza al concluir el primer ministro del reino la lectura del informe que el Servicio Secreto rendía sobre las actividades del príncipe George, hermano y amigo más cercano del heredero al trono.

A las francachelas y excesos previsibles se sumaba en el informe el señalamiento sobre el alarmante consumo de cocaína y heroína del futuro duque. También estaba señalada su obsesiva relación con la adicta Alice “Kiki” Preston, emigrada de “las colonias americanas” a quien llamaban La Chica de la Jeringa de Plata, porque no ocultaba la constante aplicación de la hipodérmica en sus venas.

El semblante impasible de Stanley Baldwin al finalizar la lectura consternó al príncipe Edward aún más que si hubiese fruncido el ceño. Entendió que la situación estaba fuera de control. Le correspondía a él, a sus 34 años, intentar que su hermano, seis años menor, corrigiese su conducta antes de que su riguroso padre, el rey Jorge V, fulminase al joven por sus escándalos.

Edward pidió a lord Stanley que arreglara la inmediata salida de “Kiki” Preston de Europa. ¿A dónde la enviamos?, le consultó el ministro. A donde no haga daño, respondió el príncipe.

Sin demora, el ministro Baldwin expidió un pase para que la adicta estadounidense saliese de París, donde mantenía enloquecido al duque George, con rumbo a un sitio llamado Valle Feliz, en Kenia. El canciller tenía entendido que Miss Preston —doblemente divorciada a prematura edad— estaría a gusto en esa colonia donde se recluían nobles acusados de homicidios u otros crímenes, aristócratas arribistas, condesas drogadictas o ninfómanas, ricachones tan promiscuos como alcohólicos y varios personajes sospechosos de simpatizar con el caudillo de Alemania Adolf Hitler. Eran los años previos a la Segunda Guerra Mundial.

Más tarde, el príncipe Edward se reunió de nuevo con Baldwin para recibir otro informe. El primer ministro leyó en la hoja del Servicio Secreto que el duque George se mostraba profundamente desdichado, si bien no abandonaba su costumbre de pasar la noche con mujeres casadas o con apuestos jóvenes de la aristocracia. ¿Alguien más?, quiso saber Edward. Baldwin le respondió con desdén: Ese actor Coward, su majestad.

Noël Coward, el famoso dramaturgo de la época, había fascinado al duque George con su presencia y talento. No en balde George se distinguía de sus hermanos por su educación y aficiones artísticas. A Edward los estudios lo tuvieron sin cuidado: como primogénito de Jorge V, le tocaría portar la corona y gobernar. En nada le agradaba ese destino, pero Edward lo admitía con la resignada conciencia de su posición.

En cuanto a Albert, el segundo hijo del rey Jorge, la tartamudez indomeñable que padecía lo apartaba de toda preocupación por los estudios o por el gobierno. Henry, el tercer hijo del monarca, tampoco podía aspirar al trono, pero no por eso se esmeraba en la escuela. Mary, cuarta en la línea sucesoria, sólo podía aspirar a un matrimonio adecuado.

George, el quinto hermano en la familia real, se distinguió por su inteligencia e interés en los estudios, tras la muerte del sexto descendiente del soberano, John. Los dos años de diferencia entre ellos —George nació en 1902, y John, en 1904— los unieron en juegos y aficiones. Pero el último hijo de Jorge V, aquejado de epilepsia, falleció con apenas 13 años de edad, en 1919. Al adolescente príncipe George esa pérdida lo unió más con Edward, aunque éste ya era un joven adulto.

Después de padecer la obligatoria formación en la armada inglesa, el futuro rey Edward y su hermano George fueron comisionados por su padre para representar al reino en misiones alrededor del mundo. En esos viajes los hermanos descubrieron su profunda afinidad: ambos disfrutaban ataviándose con esmero, seduciendo a mujeres casadas y excediéndose en parrandas. Ambos sentían aversión por los protocolos y las ceremonias.

George era “el más interesante, inteligente y cultivado miembro de su generación”, asegura Christopher Warwick, autor que ha escrito la única biografía del personaje: George y Marina, el duque y la duquesa de Kent, aunque la familia real se negó a validar su libro. https://therake.com/stories/icons/the-forgotten-prince/

Además, el quinto hijo de Jorge V era guapo, glamoroso y más alto que el promedio de su familia; le fascinaban las artes, el teatro, la decoración de interiores, los automóviles deportivos. Con su hermano Edward, George compartía un exquisito gusto por la indumentaria. La primera sastrería del príncipe y el duque fue Davies & Co. El atuendo naval lo ordenaron ambos a Gieves & Hawkes. La casa Huntsman también vistió a Edward y George. Pero este último eligió a la sastrería Anderson & Sheppard para que le confeccionara sus característicos trajes de doble pechera.

El traje con doble pechera llegó a ser llamado “El Kent”, por el estilo que impuso George. Hawes & Curtis elaboraba sus camisas de cuello inglés, que complementaba con corbatas de patrones sutiles y nudo pequeño. El veterano peluquero Geo F. Trumper se hacía cargo del corte de cabello y peinado ducal, pegado al cráneo y con raya en medio.

Adicionalmente, el heredero del ducado de Kent tocaba el piano, hablaba francés e italiano, prefería esquiar y pilotear aviones antes que disparar armas de fuego, era narcisista y en ocasiones se dejaba llevar por su explosivo temperamento.

El exquisito aliño indumentario del príncipe desentonaba con la sordidez de sus relaciones íntimas. George de Kent era señalado por sus amoríos con mujeres y hombres. Inclusive se le acusó de cortejar a la estrella de cabaret Florence Mills, no sólo americana sino descendiente de ¡africanos! Entre las amantes del noble se apuntó a Jessie Mathews, figura de la música inglesa; Helen “Poppy” Baring, heredera de un banquero; Ethel Margaret Whigham, socialité que daría escandalosa fama al ducado de Argyll, y hasta la novelista Barbara Cartland. En cuanto a hombres, George fue relacionado con su primo lejano el príncipe de Prusia Louis Ferdinand, y con Anthony Blunt, historiador de arte y más tarde espía para los soviéticos.

La relación sostenida por George durante 19 años con Noël Coward alimentó chismes de toda clase. Se aseguraba que el Servicio Secreto confiscaba informes de la policía sobre ocasiones en que duque y actor fueron arrestados por salir a las calles vestidos como mujeres o inclusive por practicar la prostitución. En París, un puñado de cartas tuvo que ser adquirido a un trabajador sexual para que cesara de chantajear al príncipe. Después de la muerte de George, se rumoró que cartas de amor suyas a Coward fueron robadas de casa del actor.

Una pasión de George que alarmó sobremanera a la familia real fue la desaforada Alice “Kiki” Preston. A su toxicomanía se unió el rumor de que la relación incluía intercambios sexuales con Jorge Ferrara, hijo del embajador argentino en Londres. Otro rumor que persistió durante años sobre “Kiki” y George fue que tuvieron un hijo, Cass Canfield, quien se convirtió en un exitoso editor y se casaría con la autora Lee (Bouvier) Radziwill, hermana de Jacqueline Bouvier (más tarde, viuda de Kennedy, y más tarde aún, viuda de Onasis).

Todavía en 1928, Edward tuvo ocasión de ver a su hermano seducido de nuevo por “Kiki” Preston y su jeringa, cuando viajaron a Kenia. Allí se les unió “Kiki” con parte de la pandilla emigrada a Valle Feliz. Alentado por su amante, George volvió a inyectarse morfina y después de la visita africana el príncipe fue sometido por su hermano a una intensa desintoxicación.

A George se le atribuyeron varios hijos e hijas no reconocidos. La popular novelista Barbara Cartland aseguraba que su hija Raine lo era asimismo del duque. Esta última señora, con el apellido McCorquodale, se convertiría muchos años después en la madrastra de la trágica princesa Diana de Gales.

George incomodó a su familia aún más en 1929 al renunciar a su carrera en la armada real, que detestaba, para entrar al servicio civil. Estuvo un breve tiempo en la Oficina de Asuntos Extranjeros, pero se cambió a la de Asuntos del Interior, donde lo nombraron inspector de fábricas. Se convirtió, así, en el primer integrante de la familia real dedicado al servicio civil. Era, además, un competente piloto de aviones de combate, como su hermano Edward, pues ambos se habían entrenado en la Real Fuerza Aérea.

George conoció en uno de sus viajes a su prima segunda Marina, princesa de Grecia y Dinamarca y mujer muy atractiva que, sin embargo, aparece poco agraciada en sus fotografías. Formada en el exilio, Marina creció entre privaciones, lo cual motivó que la familia real de Inglaterra la tratase con desdén o franco desprecio.

A George de Kent, sin embargo, la princesa Marina le pareció espléndida compañera. Demostraba espíritu independiente; no gemía cuando él la transportaba a toda velocidad en algún automóvil deportivo. Al pueblo inglés le encantó el talante democrático de Marina.

En 1934 George fue investido duque de Kent, conde de Saint Andrews y barón Downpatrick. A las siete semanas contrajo matrimonio con Marina y ambos se convirtieron en la pareja más popular del reino. Christopher Warwick escribió en la biografía no autorizada de George y Marina: “La deslumbrante pareja dominó la sociedad de Londres, reunió a su alrededor a algunas de las personalidades más brillantes de las artes, las recibió con suntuosidad y generó un interés en su estilo de vida que no volvió a darse en la historia de la familia real”.

En 1936 murió el estricto rey Jorge V y lo sucedió su primogénito con el nombre de Eduardo VIII. Fue el reinado más corto de la historia inglesa, pues a las pocas semanas Edward abdicó para poder casarse con su prometida Wallis Simpson, estadounidense divorciada. El jerarca de la iglesia anglicana y un grupo muy conservador del gobierno inglés aprovecharon esa decisión de Edward para forzar la dimisión del nuevo rey, cuyas reformas políticas temían. El propio Jorge V había dicho antes de morir: “Ojalá Edward no tenga hijos para que Bertie y Lisbetina se ocupen del gobierno cuanto antes”.

Bertie, el tartamudo príncipe Albert, era el padre de la actual reina Isabel II. Ascendió al trono como el inesperado Jorge VI. Se vio forzado a afrontar la Segunda Guerra Mundial iniciada por Adolf Hitler, plebeyo canciller alemán al cual una parte de la nobleza consideraba como aliado deseable a causa de sus delirios de pureza racial. Ante el conflicto que no pudo evitar, al apremiado Jorge VI le tocó cambiar de primer ministro tres veces: Stanley Baldwin fue sustituido por Neville Chamberlain, y éste por Winston Churchill.

La entrada de Inglaterra al conflicto hizo que el duque George de Kent retomara el servicio militar en la Real Fuerza Aérea, como vicemariscal. Se convirtió en instructor de vuelo y estuvo dos años realizando misiones de entrenamiento con pilotos. Se daba tiempo para continuar sus relaciones sexuales fuera del matrimonio, pese a su apego por Marina.

Vuelo fatal

El 25 de agosto de 1942 George y otros 15 tripulantes abordaron el barco volador Sunderland Mark III, número 25 de la Real Fuerza Aérea. El alegado destino del avión era Islandia, pero sólo llegó a una colina escocesa cerca de Dunbeath, Caithness, donde se estrelló. De los 16 ocupantes únicamente sobrevivió el sargento artillero Andrew Jack, de 20 años de edad.

La investigación del caso culpó del accidente al piloto de la aeronave, el teniente Frank Goyen. El duque de Kent fue sepultado con honores. Luego de un periodo de 450 años, se convirtió en el primer miembro de la familia real que moría en acción. Marina y sus tres hijos guardaron luto por el duque. La familia real, con alivio, olvidó al incómodo pariente.

En 2003 la sobrina del sargento Andrew Jack reveló que su tío mantuvo durante toda su vida un secreto atormentador. En el vuelo en que perdieron la vida el duque de Kent y sus 15 compañeros, el duque mismo había tomado el puesto del piloto, aseguró el único sobreviviente. Después de que el avión se estrelló, el joven sargento había sacado el cuerpo del príncipe, apartándolo de los controles. Además, en el barco volante iba un pasajero desconocido que no tenía por qué estar allí. Jack nunca quiso revelar si era hombre o mujer esa misteriosa persona.

El sargento Jack, antes de morir en 1978 a los 56 años de edad, le dijo a su hermano que lo devastó dejar que culpasen al piloto Goyen por el accidente, pero fue presionado para que nunca hablara de lo sucedido. Cuenta su sobrina Margaret Harris: “No le dejaron duda de que debía guardar el secreto. Estaba en el hospital, pero con las manos quemadas y vendadas tuvo que firmar un documento, posiblemente el Acta de Secreto Oficial”.

Debido a la ausencia de registros formales sobre el accidente en Dunbeath, los aficionados a la conspiración han tejido diversas teorías. Unos achacan al primer ministro Winston Churchill la orden de derribar el avión, por sus sospechas de que el duque George simpatizaba con Hitler. Otros aducen que el príncipe iba en realidad a Suecia para establecer con los nazis falsas pláticas de paz que frenaran los bombardeos a Londres. El embargo que aún pesa sobre los papeles personales del duque alimenta las fantasías de los conspiracionistas.

Algo de base hay para acusar al difunto duque de pro-nazi. Era una tendencia compartida por otros nobles y hasta por personajes supuestamente democráticos como Charles Lindbergh y Walt Disney, entre otros. Cuando se recuerda el desplante del imbécil príncipe Harry (hijo del heredero al trono Charles y de la malograda Diana), al ataviarse como oficial nazi en una fiesta de disfraces a finales del siglo XX, queda claro que entre la familia real inglesa las añoranzas hitlerianas no se han apagado.

Marina, la duquesa desdeñada, fue como viuda del duque una activa representante del reino. Quedó momentáneamente desprotegida, pero la reina Mary la hizo su representante en actividades caritativas. Fomentando obras sociales, Marina dio su nombre a hospitales, bibliotecas y otras instituciones. Conservando el afecto del pueblo, falleció en 1968.

George y Marina tuvieron dos hijos y una hija: Edward, el actual duque de Kent, tiene los rasgos de su progenitor; a Michael se le reconoce su sentido de la indumentaria; Alexandra se casó con el empresario Angus Ogilvy. El difunto padre de esos tres príncipes está sepultado en el Terreno Funerario Real de Frogmore, detrás del mausoleo de la reina Victoria. Desde hace algunos años se le recuerda como “el tío perdido de la reina Isabel II”.

Escritor, promotor de arte y cronista aficionado de absurdos sociales.

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